1 junio, 2023

100.000

Cien mil muertos por covid más año electoral da pie para muchas declaraciones. En el presente artículo me interesa comentarles sobre que dicen los datos duros sobre lo que hemos vivido los últimos 16 meses, para lo que me serviré de dos gráficos: el superior ilustra los casos activos (gente covid positiva en un momento dado) en Zárate a lo largo de toda la pandemia, el segundo hace un «zoom» sobre el inicio de la pandemia a nivel nacional.

Ante todo, se hace necesario explicar por qué éstos gráficos y no otros. El superior (Zárate) nos explica el efecto de algunos fenómenos como ser las restricciones 2021 (cuyo comienzo se marca con una línea verde) o los festejos por la Copa América (recuadro rojo), mientras que el segundo se hace necesario para analizar el comienzo de la pandemia toda vez que Zárate resistió bastante tiempo la llegada del virus, por lo que las consecuencias de las medidas de 2020 son de interpretación ambigua si nos limitáramos al desarrollo local de casos (siempre se puede argumentar, con o sin mayores fundamentos, que «el virus no hubiera llegado antes igualmente»).

Otra aclaración, debido a que ha sido motivo de debate en su momento, es sobre la calidad de los datos. Ambos gráficos son de mi confección y sus fuentes de datos son los reportes oficiales municipales y nacionales respectivamente. Estos reportes, salvando detalles como el alta masiva que se observa en setiembre de 2020 cuando se cambió el criterio utilizado para otorgar las mismas (se dejó de requerir un PCR negativo en asintomáticos) muestran métricas consistentes. Es decir, sin importar cuantos casos pudieran «escaparse», los mecanismos de detección se mantuvieron mayormente constantes por lo que nos dan un informe fiable de la evolución de la pandemia así alguien pueda poner en duda si reflejan fielmente su magnitud.

Hechas las aclaraciones, a los hechos. Mucho se ha dicho sobre si las medidas de cuarentena inicial fueron demasiado apresuradas o si el daño económico que causaban las justificaba; el gráfico inferior nos muestra dos líneas: la roja refleja los casos activos (es decir, dado un día cuanta gente se tuvo registro que permanecía infectada con el virus) mientras que la amarilla nos muestra cada cuantos días se DUPLICABA la cantidad de casos. Sobra decir que uno desearía que la línea roja estuviera baja y la amarilla alta.

Durante el primer tramo se observa que la línea roja sube a una velocidad realmente preocupante con un índice de duplicación de 3,5 días. Eso significa que en una semana los casos se cuadruplicaban. Lo que a su vez implica que en 28 días los casos se multiplicarían por cuatro cuatro veces, es decir, cuatro a la cuarta potencia lo que da 216. Eso sugiere que si las medidas se hubiera impuesto el 20 de abril en vez de el 20 de marzo los casos hubieran estado en el orden de una veintena de miles en vez de los cien con que se inició y los poco más de mil con que se llegó a esa fecha. O sea, ese primer mes de cuarentena se estima que redujo veinte veces el impacto, lo que teniendo en cuenta lo cerca que hemos pasado del colapso sanitario, ilustra el desastre que eso hubiera sido, a lo que se suma un dato escalofriante: a lo lago de toda la pandemia la mortalidad fue bajando gracias a los avances médicos, pero en abril de 2020 era de un 2% sin saturación hospitalaria y de un 5% con saturación, por lo que hubiéramos llegado a junio de 2020 con un mínimo de 20.000 muertos (en vez de los 1000 con los que llegamos) y un número mucho más probable de 30 o 40 mil. Si las medidas se hubiera dilatado aún más el número hubiera seguido  multiplicándose a una velocidad tal que, para fin de mayo, la cantidad de personas infectadas hubiera sido tal que hubiera habido más compatriotas enfermos que sanos, lo que obviamente hubiera frenado el país «por las malas» sin importar lo que el gobierno hiciera. Cómo ejemplo se puede ver Brasil, teniendo en consideración que mientras de una gripe común en Argentina mueren alrededor de 30 mil personas al año, en Brasil mueren alrededor de 300. O sea, ellos no tienen invierno y se nota; si aún así lograron el desastre actual, cabe imaginar lo que hubiera sido sostener políticas similares en Argentina.

Sin embargo, algo así pasó. Con oídos sordos a cualquiera que manejara un par de números hubo gente dentro del arco político que propuso el «cada quien que se cuide lo mejor que pueda», sugerencia sanitaria de evidente autoría de economistas y abogados (o al menos carente de aportes de médicos o científicos) que no puede rotularse de otra forma más que de «libertaria», porque sin el Estado obligando a una fábrica a frenar la producción imaginemos cuanto puede cuidarse un obrero así como sin controles en los negocios ya hemos visto lo que sucede. Por cierto, el comentario de las fábricas no es casual, si observan el gráfico de Zárate (que muestra sólo casos activos) la primer gran subida fue cuando el gobierno las reabrió. Por supuesto, los defensores de la “responsabilidad social” sostienen que la gente hubiera “reaccionado por su cuenta”. A un año de semejantes afirmaciones la realidad cotidiana nos niega rotundamente esa predicción y, sinceramente, para cualquiera que mirara al mundo comparativamente ya hace un año era una afirmación tan plausible como los viajes a la estratósfera de Carlos Saúl I de Anillaco.

Se puede decir que el impacto de una posición así palidece ante lo que toca al gobernante, y eso es cierto, al menos hasta cierto punto. Resulta que existe un experimento social sobre conducción que buscó determinar que lleva a una sociedad a conducir mal. En él se evaluó el efecto de las distintas formas de manejar (respetar las normas de tránsito, en particular velocidad y semáforos) en el tiempo, costo y stress resultante de la experiencia de trasladarse. El resultado fue, esperablemente, que quien trasgredía obtenía mejores experiencias que el que no. Sin embargo se dio un efecto curioso: cuando el porcentaje de transgresores alcanzaba un mero 5% comienzaba un efecto contagio donde quienes conducen «bien» empeaban a sentir que todo el resto lo hace mal, por lo que comenzaban a trasgredir para no ser las «únicas» (recordemos que aún eran el 95%) personas que viajan peor. Eso generaba que la sociedad toda pase de ser una en que se conduce bien a una en que se conduce mal, lo que a su vez conlleva a un resultado interesante: cuando el general de quienes conducen lo hacen mal, quienes trasgreden siguen viajando mejor que quienes no, pero a aún así pasan a viajar peor que lo que lo hacía quien conducía bien en una sociedad que conduce bien. Es decir, cuando la sociedad se conduce mal, pierden todos, aún cuando dentro de cualquier modelo quien lo hace mal la pasa mejor que quien lo hace bien.

¿Qué tiene que ver el tránsito con un virus? Mucho. Ante el incentivo a marchas y otras actividades «fundamentales» dentro de la valoración personal de pocos, cada persona que manejaba «bien» (se cuidaba) comenzó a pensar (según las premisas del experimento mencionado) cómo dentro de sus propias prioridades subjetivas estaba haciendo grandes sacrificios mientras el resto hacía esas » boludeces». Y así pasamos de una sociedad que maneja bien a una que lo hace mal. Pasamos de ser ejemplo del mundo de la OMS a ser uno de los países media tabla para abajo conteniendo enfermos y muertos. Por supuesto, ante ese efecto contagio (el social) mantener medidas estrictas era inútil porque sólo impactan en la menguante población que aún las cumple e implica ir poco a poco haciendo que es grupo se reduzca impidiendo cualquier efecto ante posibles necesidades de medidas futuras. Al mismo tiempo muchos de los heraldos de la “responsabilidad social” eran a su vez los convocantes a marchas, refutando su propia premisa al no cuidarse. Cabe mencionar que en ese momento no se contaba con los datos que hoy tenemos sobre la ínfima propagación al aire libre. Es decir, el impacto causado fue el que fue (y fue grande) porque encima tuvimos suerte.

Esa es la génesis del 100.000. Hay quienes dicen que faltaron tests y vacunas. Eso es un argumento vacío. El primero, los tests, porque no hubo país en el mundo que contuviera la crisis con tests. El segundo, vacunas, porque es titular de los diarios del mundo como los países centrales acapararon vacunas, al punto que generó reclamos internacionales encabezados por India, mientras Argentina, en vez de acompañar unida, se debatía y debate internamente por quien paga por los muertos en las urnas. Por cierto, también se mencionó como causa las «vacunas VIP», que tienen por problema que cuando uno salta el cerco mediático y busca a esos VIP se encuentra con casos inconexos de irregularidades que no siguen el «patrón Verbitsky», lo que redunda en meros intentos de manipulación social más que en acusaciones sólidas o, al menos, con impacto sanitario real.
Todo esto dicho, mucho de lo hecho por los distintos gobiernos fue mejorable: evidentemente la fumigación de calles era un desperdicio de dinero sin sentido, las camas que había por todos lados en 2020 brillaron por su ausencia en 2021 cuando el colapso estuvo cerca, las desinteligencias y falta de coordinación Ciudad-Provincia, o las medidas que en muchos casos funcionaron como fábula donde a todos los animales se les pide trepar a los árboles, pidiendo lo imposible al pez, un esfuerzo enorme al perro y poco y nada al mono. Lo que no sucedió es que los mayores potenciadores de muertes surgieran de los ejecutivos (sin importar su color político) sino más bien de quienes buscaban que éstos fueran responsables de los resultados luego, como hoy impera en discursos varios con llamativa resistencia a sonrojarse.

Finalmente, cómo indicaba al principio del presente, puede observarse en el gráfico local dos marcas, la primera (verde) indica el inicio de las restricciones 2021; la segunda, el recuadro rojo, indica el efecto de tan solo la noche de festejo de la Copa América (por una semana la curva dejó de descender). Esto nos explica que al margen de lo que el político de turno diga, las medidas de restricción funcionan y las desobediencias sociales tienen un impacto negativo real de envergadura mensurable. Por eso, cuando todo nos indica que lo peor ya pasó (y ojalá así sea) aún es necesario ser inteligentes y no caer en el juego de caza votos de poca luz mental y responsabilidad social nula que poco tiene que ver con nuestro bienestar y mucho imponer un relato.