Existe en el manga/anime Rurouni Kenshin (conocido en occidente «Samurai X») un personaje entrañable: Sanosuke Sagara. Sano (cómo lo llaman sus amigos) participó junto al Sekihoutai, un grupo de campesinos, apoyando a la luego triunfante reforma Meiji contra el régimen federal del shogunato, pero cuando los revolucionarios ya no los necesitaron, los persiguieron como criminales hasta casi aniquilarlos. Sano sobrevivió y entre sus homenajes a sus orígenes lleva una casaca con la palabra (kanji) «malo» en la espalda, la cual explica de la siguiente forma: si ser lo que el sistema decide que está bien es ser el «bueno» entonces yo soy el «malo».
A 130 años de la fundación del radicalismo, es curioso que el recuerdo de su líder se encuentre tan minimizado dentro de nuestro legado sociológico: no es prócer (salvo partidario), nunca tuvo un billete (lo que por cierto parece apropiado) y Zárate ostenta uno de los pocos monumentos que existen a su persona. Si nos preguntamos por qué, encontraremos que había algo de ese ficticio Sanosuke Sagara en él. Alem, de origen humilde, hijo de un rosista mazorquero (Leandro Antonio Alén) fusilado cuando él tenía once años, cambió su nombre a Alem para escapar al estigmático legado de su padre, algunos dicen que escondió esa «N» cómo inicial de un segundo nombre inexistente, otros que ese nombre existía y era «Nicéforo», él alguna vez dijo, no sin cierta poesía cómo la que caracterizó su vida, que la «n» significaba «nada». No hay consenso al respecto, sobre lo que si hay consenso es sobre que creció en la pobreza mantenido por su madre, que trabajaba de pastelera, y nunca olvidó, como Sano, esos orígenes. Alem era un incómodo orador por su excelencia sumada al tenor de sus discursos, se dice que era incorruptible, alguien que llegó al Congreso de la Nación cómo candidato por el Partido Autonomista de Alsina de base popular, enfrentado al partido Nacional de Mitre que encarnaba los intereses de la oligarquía. Sin embargo, ante la notoria derrota de su partido Alsina negociaría una coalición con el mitrismo naciendo así el Partido Autonomista Nacional, por lo que Alem, junto a otros dirigentes como Aristóbulo del Valle, Roque Saenz Peña y Lucio Vicente López, rompe lanzas con él, el propio Alem resignando su banca. Alem jamás priorizó llegar al poder por sobre la razón para anhelarlo. El grupo rebelde seguiría caminos diversos, Saenz Peña llegaría a presidente del «régimen», Vicente López pagaría con la vida en duelo investigar un hecho de corrupción, del Valle fundaría junto con el la Unión Cívica Radical (que completaba su nombre en ese entonces con «de la Juventud»).
Alem, que tuvo experiencia militar en su juventud, lideró la «Revolución del Parque», la cuál desmovilizó cuando la rama militar dejó claro que su intención era liderar el gobierno resultante. Alem no aceptaba la idea de un golpe de Estado como forma de llegar al poder.
Alem fue el primer político argentino que abrazó la causa de los olvidados como propia, aquella que llamó «la causa de los desposeídos». La misma que en éstos días (a 125 años de su trágico final) Andrés Malamud, un insignificante enano al lado de aquel gigante, confunde al repensarla como una causa que refleje los intereses de militantes o simpatizantes. Tremenda confusión o malicia, Alem no luchaba por defender los intereses de sus partidarios o de su clase, lo hacía desde la convicción ética de que era inadmisible que se gobernara sin los intereses de los menos favorecidos como prioridad.
Alem murió pobre y endeudado. Murió decepcionado por la capacidad de algunos de sus correligionarios de acomodarse a las circunstancias, murió pegándose un tiro y dejando una frase eterna entre las pocas palabras que escribió como despedida: «que se rompa pero que no se doble».
Alem murió soltero y sin descendencia, hasta en eso desencajó con sus contemporáneos. Una figura trágica siempre posicionada cómo el malhechor por aquellos que defendían el status quo oligárquico, porque Alem fue todo lo que la sociedad «de bien» de aquellos tiempos repudiaba. Aún hoy Alem es una figura semiescondida a la sombra del exitoso Yrigoyen, su sobrino por el tildado de tibio, que llegó a la presidencia tras que aquel antiguo aliado, Saenz Peña, promulgara la ley de sufragio universal para intentar separar a la base de la UCR de los inmigrantes llegados huyendo de la Gran Guerra (que bajo ella no podían votar).
Quizás sea un buen momento en nuestra historia para recordar al «malo». Quizás nos hemos acostumbrado tanto al pragmatismo que la llegada al poder requiere que ya poco importa para que se anhela el poder. Paradójicamente, el partido fundado por aquel «malo» hoy es rápido para segregar y rotular a los nuevos «malos», cosa en que se parece ya mucho al justicialismo donde el valor máximo es la lealtad.
Quizás necesitamos más «malos» y menos «buenos». Porque quizás los buenos no sean tan buenos. Después de todo, sea aquí o en Japón, nunca lo han sido.
Más historias
Testimonios impactantes de la encarcelación masiva bajo el gobierno de Bukele en El Salvador
Políticos en Redes: La pelota rueda más cerca del área
Un libro jamás escrito… de una historia que debe continuar contándose por siempre (Segunda Parte)