29 noviembre, 2023

Aplauso (Cuento corto)

Daniel se despertó temprano, antes que sonara el despertador. Como cada día, como hace unos cinco años. Tomó en silencio unos mates dulces, muy dulces; en silencio. Su familia duerme, no quiere despertarla. Sale despacio de su casa, camina hacia la esquina donde espera el colectivo de las 03:00 AM. No tiene que perderlo, en tiempos de pandemia la frecuencia de recorrido es baja. Debería sino,  caminar seis kilómetros hasta su trabajo. El auto se lo deja a su esposa, por si surge alguna emergencia.
El colectivo frena y abre la puerta. Se saludan con Fabián, el chofer como cada mañana. Paga con la tarjeta sube. Es el único pasajero hasta salir de la calle España, ahí un compañero de trabajo se suma al silencioso viaje.
En las afueras de la ciudad, un retén policial, de la mano contraria los saluda.
 Deben bajarse en la parada de la ruta y caminar unos quinientos metros. Fabián decide desviarse y dejarlos en la puerta de la empresa, después de todo, son los únicos pasajeros que tendrá en casi todo el recorrido. La cuarentena obliga a los ciudadanos a permanecer en sus hogares.

Agradecen el gesto de Fabián con un pulgar hacia arriba y un
-¡Gracias loco, te pasaste!
-Nos vemos mañana.

En el vestuario se encuentran con otros compañeros de trabajo, se cambian. Ropa de trabajo con bandas refractivas.  Luego en grupo de a tres se suben a los camiones. Hacen una parada en una estación de servicio. Verónica, la vecina de Daniel es quien con la cara cubierta con un barbijo llena el tanque. Se saludan con un gesto distante.
Comienza la carrera. El compañero de Daniel corre delante del camión, retira las bolsas de basura de los canastos de las casas y los pone lo mas juntas posibles. Daniel corre detrás y al llegar a cada montículo las arroja al camión y acciona la prensa. Una carrera de resistencia y esfuerzo de horas, sin detenerse. El descanso se da cuando pueden treparse unos metros a los estribos del camión. Luego otra vez a la carrera. Los perros los ladran y algunos se acercan casi para morderlos. Como si fueran enemigos, ellos los ignoran. Los perros son así.
Promediando el recorrido pasan frente a un supermercado, Yanina, la hermana de Verónica, está ingresando a trabajar. Es una de las cajeras. Ya hay gente esperando afuera para entrar, en una fila que es más larga de lo habitual. La cuarentena hace guardar mucha distancia entre las personas.

Luego de descargar el camión, cada equipo lo lava, como si fuera suyo. Con dedicación, por dentro y fuera.  Esperan el colectivo de regreso.

Si hablaron poco a la madrugada, en el viaje hacia el trabajo, luego de correr kilómetros recogiendo basura por los barrios, el cansancio no los deja hablar nada. Los detiene el retén sanitario policial. Piden documentos y papeles de circulación. El viaje continúa.

Daniel, saluda desde el portillo de entrada, de su sencilla casa, a su familia. A pesar de que se duchó en la empresa, vuelve a hacerlo. Se refriega con tanta fuerza las manos y rostro con jabón que se le irrita la piel. Casi quince minutos de espumosa ducha y sale. Deja la ropa usada dentro del lavarropas y se pone otra. Recién en ese instante sus dos hijos saltan sobre él. Todos temen al virus. Daniel está aterrorizado con traer la peste a casa. Se acuesta a una siesta, así descansado puede compartir la cena con sus amores.

Son las nueve de la noche, Nico, el mayor lo despierta exaltado.
-¡Papá! ¡Papá! ¡Levantate! ¡Hay que salir al patio! Todo el mundo aplaudirá a los médicos y enfermeros por cómo nos cuidan del virus!
Salen al jardín delantero. Todos los vecinos desde sus jardines, ventanas, techos y terrazas aplauden y vitorean al personal de sanidad, que aunque no están presentes les rinden un tributo. Daniel aplaude con fuerzas, con esas manos curtidas y esos brazos fibrosos de levantar tantas bolsas, tantos kilos por día que sería la envidia de un atleta olímpico. Aplaude tan fuerte emocionado pensando en esas personas que se arriesgan por la salud de los otros.
Ve enfrente a Verónica y Yanina, sus vecinas. Siempre alegres, saltando gritando y aplaudiendo.
Fabián, el chofer del colectivo pasa por ahí en la primer vuelta de su recorrido y se suma al festejo con bocinazos. Detiene la marcha, saca medio cuerpo por una de las ventanillas y mirando a Daniel lo aplaude. Daniel se asombra, al ver que sus dos vecinas también lo miran y aplauden. Y que otros se suman y lo aplauden también. El señala a sus vecinas y al colectivero y les devuelve el aplauso.
Es un instante, luego todo sigue igual.
Daniel abraza a su hijo Nico y le dice.
-Tenés que estudiar. Mucho. Así podés ser médico, ser héroe como dijo Mascherano.
Nico lo mira,
-Voy a estudiar papá. Pero quiero ser recolector como vos.

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