“(…) Si algún día me hacen uno de esos tontos reportajes llamados ping pong, cuando me pregunten por una camiseta diré: La de Chacarita. Es la que más me gusta, con la excepción, lógicamente, y por razones claramente sentimentales, de la de Rosario Central. Pero la de Chacarita tiene, si se quiere, un toque de sofisticación, de ingenio. Y yo creo que ese toque reside en esa línea blanca, finita, que se ha colado entre las rojas y las negras, más anchas y prepotentes. Esa línea delgada y blanca aporta un trazo de distinción, brinda luz, relieve, cierto brillo. Tiene algo de capricho, además, al ser más finita que las otras, y marca la diferencia, por otra parte, con los miles de vulgares camisetas a franjas verticales de solo dos colores… Y es por sobre todas las cosas y a esto quiero llegar mis amigos, una camiseta de fútbol, una pura y elocuente camiseta de fútbol. Hay muchas otras, las de un solo color pleno, europeas más que nada, que sirven para jugar al fútbol pero que también servirían, tranquilamente, para ir al cine o a una velada danzante. Usted, mi amigo, por ejemplo, se pone la camiseta roja del Deportivo Español, por mencionar una, o la granate de Lanús, y la acompaña con unos pantalones grises y un saco blanco y ya luce un elegante sport para la reunión de gala. Hasta la de Ferro con una corbata al tono, lo haría pasar por un golfista de relieve. Pero si usted se pone la del FUNEBRERO, aun con un saco encima, y hasta con un chaleco, no faltará la dueña de casa que lo reciba diciendo… CARAMBA, INGENIERO, SE NOS HA VENIDO CON LA CAMISETA DE CHACARITA…”.
Roberto Fontanarrosa; del libro “No te vayas, campeón”
Dicen que los colores se llevan en el alma, muchos hacen más que eso y se los tatúan en la piel, otros los más exagerados incluso llaman a su prole con nombres como “Azulgrana” por San Lorenzo de Almagro –cuando no algún trasnochado le puso a su hija directamente CASLA-; “Cai” por el Club Atlético Independiente –aunque otros podrían pensar que es por el “Cai Aimar”-; algún niño rosarino que se llama Newell´s, sí, así como está escrito; Lobo a su hijo por Gimnasia de La Plata; alguna niña cuyo nombre es Lacade por el apodo que lleva Racing Club y su canto de guerra “Lacade” por La Academia y dentro del mismo club, otro que a su hijo le pone Diego Milito directamente; otros más osados como Chino Luna por su devoción al exjugador de Tigre (y otros equipos); Juniors Xeneise, así con el error ortográfico y todo –listo, basta para mí… cierren la mesa 5 por favor-… y creo que así podría seguir por varias líneas más, pero mejor dejémoslo así… Si no me creen… googleen…!
Vayamos a lo importante, eso que se lleva en la piel y que distingue a los 11 contra 11 que entran al campo de juego, pero que el vestirlo también tiene su historia particular… es bueno traer a la memoria al Brasil después del Maracanazo de 1950 y la final perdida contra Uruguay, dejó de jugar con camiseta blanca y la Federación de Futbol hijo un concurso para elegir otra camiseta, la ya emblemática “verdeamarela” que viste hasta el día de hoy…

Es así que muchos clubes y selecciones de futbol han modificado su vestimenta, por imposición dictatorial, por conveniencia y hasta por cuestiones de marketing o por “desgracia deportiva”, sino como olvidar la movida que hizo un grupo de simpatizantes por Facebook, en tiempos del descenso al Nacional B, con el título “La camiseta no desciende“:
River, el mejor equipo de Argentina, se fue a la B. con eso se vienen los momentos más humillantes y duros que vamos a vivir en nuestra historia. Más allá de la tristeza, la angustia y la bronca, podemos estar tranquilos. Nosotros tenemos un plan. Un antídoto. Una cura. No podemos borrar el pasado, pero si podemos… Borrar el futuro. Sí, vamos a hacer que lo que viene no quede en la historia. Que… nunca pase. Que nadie lo pueda ver. ¿Cómo? Muy simple. Dejemos la camiseta en Primera. Juguemos en la B con otra. Una con una banda negra, que nos cruce el pecho, que muestre como nos sentimos al no estar donde debemos estar. De luto. Así, la historia del más grande quedará intacta. Nuestros hijos, nuestros nietos, nadie va a ver ni una foto, ni una sola imagen de la Gloriosa Banda Roja en el Nacional B. Porque si bien la historia de River cambió el día que descendimos, todavía podemos hacer que la historia se escriba como nosotros queremos. Borremos el futuro que no merecemos…
Pero bueno, más allá de esta movida sin sentido, tan ridícula como ponerle a su hijo Juniors Xeneise o “Tense” en honor al Calamar… hay momentos en la historia de este tan honorable y pasional deporte que los cambios de casaca se dan por otros motivos… y aquí vamos a dar a conocer un momento negro… tan, pero tan negro, como el uniforme de la “Azurra Fascista”… que de “azurra” tenía muy poco… y de fascista, mucho…!
Cuando Benito Mussolini quiso que Italia vistiera de negro
Empecemos explicando que la selección nacional de fútbol de Italia, en sus diez primeros años, vistió de blanco. En 1922 adoptaron el azul que tanto les caracteriza. Al principio, usaron una tonalidad celeste, que luego fue oscureciéndose. Pues porque es el color heráldico de los Saboya, la familia real italiana que se hizo cargo de la jefatura del Estado tras la reunificación. Así el azul, en sus diferentes variantes, ha sido desde entonces el color fundamental de la tetracampeona del Mundo. Pero hubo tres ocasiones en las que Italia vistió… de negro.
En 1934 se celebraba la segunda copa del Mundial en la historia donde Italia se levantaría campeona consiguiendo así su primera estrella en el escudo.
Italia fue el primer país europeo en albergar el torneo futbolístico por excelencia por equipos nacionales. La importancia del momento no pasó desapercibida para el dictador italiano Benito Mussolini. Sabiendo que todas las miradas estarían atentas al país italiano, Mussolini vio en el mundial una oportunidad más en su estrategia propagandística del fascismo. Con este evento, podría demostrar al mundo las virtudes de su régimen, buscar la legitimidad internacional y alimentar el ideal fascista a través del futbol.
Benito Mussolini llegó al poder en 1922, en una Italia conmocionada por la Primera Guerra Mundial y en un contexto de inestabilidad nacional. Apodado Il Duce, Mussolini configuró un movimiento político basado en una doctrina, la cual se oponía al sistema democrático y parlamentario, rechazaba el progreso y los derechos individuales, así como demostraba un odio visceral al socialismo e internacionalismo y, por supuesto, una exaltaba el Estado como máxima entidad histórica.
Así el fascismo fue el primer movimiento político que, surgido en una democracia liberal europea, introdujo en la organización de masas y en la lucha contra los adversarios la militarización de la política, e incorporó al poder la primacía del pensamiento mítico, consagrándolo oficialmente como forma superior de expresión política de las masas.
Se dice que Mussolini no había visto un partido entero antes y que il calcio no había sido su deporte favorito, pero sí que era consciente de la virtud del deporte en su transformación fascista de la sociedad, especialmente dirigido a los jóvenes italianos. Podríamos afirmar que este fue uno de los primeros usos políticos del fútbol en la sociedad moderna, una primera articulación del opio del pueblo y obviamente con victoria italiana.

Conseguida la sede del Mundial, el siguiente paso era conseguir la victoria y usar el momento como un triunfo más del fascismo. Para poder realizar dicha gesta, la selección italiana hizo el primer movimiento fichando figuras argentinas de ascendencia italiana, a cambio de la nacionalización y de dinero. Así, jugadores como Attilio Demaría, Enrique Guaita, Luis Monti o Raimundo Orsi, pasarían a formar parte de la squadra italiana. También se habla de una conversación entre Mussolini y el presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Giorgio Vaccaro, en la que Il Duce casi ordenaba una victoria italiana.
El Mundial empezó en mayo del 1934. Se inscribieron un total de 32 equipos, de los cuales 16 se clasificarían para la fase final. Las ausencias más notorias fueron las de algunos equipos latinoamericanos, como Uruguay, que se ausentaron de la competición como protesta por la ausencia italiana en el anterior Mundial celebrado en el país charrúa.
Finalmente, Latinoamérica se vio representada solamente por Brasil y Argentina, siendo así la primera vez que el vigente campeón no defendía su título en el siguiente Mundial.
Nuestra selección, por entonces llegaba diezmada, por problemas de organización, como no podría ser de otra manera… para entonces Argentina le agregó su nueva organización de fútbol profesional, que no había sido reconocida por la FIFA. Es que el torneo de 1930 con 36 equipos en primera división, originó una larga protesta de los jugadores, que incluso marcharon por calles porteñas pidiendo la llegada del fútbol rentado, poniendo en blanco una práctica que ya llevaba más de una década siendo permitida por todos. Era el llamado “amateurismo marrón” o dicho de otra forma el pago encubierto a jugadores, cosa que ya sucedía desde mediados de los años ’20, cuando empezó a correr el dinero para incentivar a los jugadores; así se gestó el Amateurismo Marrón.
Momento de Reflexión: ¿ustedes creían que esto de la improvisación y el torneo de un sinfín de equipos en el futbol argento era cosa de Grondona o “Chiqui” Tapia?
Arrancó la Liga Profesional el último día de mayo de 1931 y de inmediato no fue autorizada por la FIFA. La entidad madre seguía reconociendo a la Asociación Argentina Amateur de Fútbol y mantuvo esa decisión hasta fines de 1934. Por lo tanto, los jugadores de Boca, River, Independiente, Racing, San Lorenzo, Huracán, Vélez, Ferro, Estudiantes, Gimnasia, Platense, Tigre, Argentinos Juniors, Lanús, Atlanta, Chacarita Juniors, Quilmes y Talleres de Remedios de Escalada, no estaban habilitados para integrar el equipo que jugaría la Copa del Mundo. Estas entidades fueron las que crearon el profesionalismo en 1931.
En cambio, sí podían participar los hombres que representaban al resto de los clubes que no pudieron adherir al manifiesto profesional y a las ligas del interior. Por esa razón, el equipo que viajó en el barco Neptunia y llegó a Génova en mayo de 1934, fue formado por jugadores de esos cuadros de menor rango y por muchos clubes del interior del país.
Argentina debutó y quedó eliminada. Jugó el 27 de mayo contra los desconocidos suecos, en el estadio del Bologna. El partido se presentó favorable, porque Ernesto Belis clavó un derechazo a los 16m y abrió el marcador. Empató el sueco Johansson a los 33m y ni bien arrancó el segundo tiempo, fue Galateo el que puso 2-1 al equipo albiceleste. Volvió a igualar Johansson y cuando faltaban diez minutos, un remate sin potencia del wing izquierdo sueco Kroon, se le escapó de las manos a Freschi, sellando el resultado. Fue 2-3 y eliminación.
Dos de los jugadores ya habían participado de la selección antes y eran el lateral Arcadio López, hombre del desaparecido Sportivo Buenos Aires, que se había iniciado en Lanús y luego brilló en Ferro y en Boca. López jugaría tres partidos más para la Argentina. El otro era Alfredo Devincenzi, entreala* derecho que se destacaba en Estudiantil Porteño, el cuadro que tenía una camiseta similar a San Lorenzo y fue campeón en el amateurismo por esos años.

El resto no había tenido figuración en la Selección Nacional. El arquero Héctor Freschi cuidaba los palos de Sarmiento de Resistencia, Juan Pedevilla era compañero de Devincenzi, el wing Francisco Rúa era delantero del Sportivo Dock Sud, Ernesto Belis era zaguero en Defensores de Belgrano. Desde Unión de Santa Fe llegaron Alberto Galateo y Federico Wilde, como Roberto Irañeta lo hizo desde Gimnasia de Mendoza, José Nehín de Sportivo Desamparados de San Juan y Constantino Urbieta Sosa llegaba representando a Godoy Cruz.
Al rejunte de hombres de todos lados, los dirigió el italiano Felipe Pascucci, que tenía 27 años y traía como currículum haber conducido a Estudiantil Porteño y a Sportivo Barracas, con un paso por River; después de aquella Copa de 1934 se quedó en su país y trabajó en varios clubes, falleciendo en 1966, a los 59 años.
Siguiendo con Il Duce y su Mundial… Los partidos se jugaron en distintas ciudades italianas como Turín, Florencia o Nápoles, todos ellos en estadios con gran vinculación y simbología fascista como el Estadio Benito Mussolini (Turín), el Estadio Littorio (Trieste), el Estadio Giovanni Berta (Florencia) o el Estadio Nacional del Partido Nacional Fascista (Roma). Asimismo, también se creaba la Copa de Il Duce, para galardonar al equipo victorioso con la mayor distinción posible, la de Duce.
Italia se llenaría de carteles, pancartas y panfletos que anunciaban el Mundial. Siguiendo la misma lógica y estética que la propaganda fascista, en las creatividades se observaba a hombres jóvenes atléticos, ejerciendo deporte, en actitud victoriosa o haciendo el saludo fascista. En algunas ocasiones, iban equipados con camisetas de color negro, haciendo alusión a las camisas negras fascistas o con la camiseta azzurra con el escudo fascista. También era visible en los carteles la simbología fascista, como las fasces romanas, símbolo del Partido Nacional Fascista (PNF). En ocasiones, se representaba al joven atleta en poses similares a las de Mussolini, emulando así el dictador a un atleta victorioso, en actitud fuerte y viril. Tampoco es aleatorio el uso de los colores, la alternancia entre el negro y el azul en las vestimentas o los omnipresentes rojo, blanco y verde de la bandera de Italia.
Otro detalle curioso, era el protocolo en el inicio de los partidos, al empezar se gritaba “Italia, Duce”, tras lo cual, se realizaba el saludo fascista desde el medio del campo y se daba comienzo al partido… nada que envidiarle a la organización del Mundial 78 y anticipándose de una manera más fascista a lo que años después haría por acá las trasmisiones de ATC, del recordado Mauro Viale –sí, el padre de la criatura que se desvive por La Nación+ demostrando que nada aprendió de su progenitor-.
Momento de Reflexión II: ¿Quién no recuerda el viejo “Futbol de Primera” y la pregunta de Mauro Viale, “¿Quién mueve…?, muevo yo… Walter Perazzo…
También era común ver en los palcos y gradas más privilegiadas a las escuadras de las camisas negras, así como a militares y figuras relevantes del partido y gobierno fascista, alimentando así la angustia de los jugadores italianos en caso de derrota. Y es que se les inculcaba uno de los grandes lemas del fascismo italiano: “vencer o morir”.
El 10 de junio de 1934: 50.000 almas coreaban, en el Estadio Nacional del Partido Nacional Fascista en Roma, el himno italiano con el brazo en alto hacia ‘Il Duce‘. Desde primera hora de la mañana, el fascismo había ganado su partido en la calle, en la que un sinfín de carteles, banderas y otros símbolos de propaganda engalanaban las ciudades; en ellas, miles de personas entonaban “La Giovinezza”, el himno fascista.
Cuentan las malas lenguas que, minutos antes del partido, el dictador habría enviado un emisario a hablar con el seleccionador, al que le remitió el siguiente mensaje: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito; pero que Dios le ayude si llega a fracasar”. El propio seleccionador se dio la vuelta y dijo a sus jugadores: “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario: si perdemos, lo pasaremos muy mal”. Pese a otro descarado arbitraje favorable a la Italia fascista, el partido no fue fácil para la anfitriona: en el 76’, Puč puso el primer tanto en el marcador a favor de Checoslovaquia. Los italianos no se vinieron abajo y, minutos después, Orsi puso las tablas en el marcador. Hubo que esperar hasta la prórroga para que Schiavio anotase el que sería el gol del triunfo.
La Copa del Mundo se había conseguido. La propaganda fascista prosiguió al día siguiente en una ceremonia para conmemorar la gesta promovida por Mussolini, en la que aparecieron los jugadores con el uniforme del partido: eran el ejemplo del carácter heroico y guerrero de la raza latina, los símbolos de un equipo que vencería de nuevo cuatro años más tarde, en París. Se trataba, en definitiva, de la victoria de un régimen que aumentó un fervor nacionalista cuyo fuego no se apagaría hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Pero la primera de las veces en las que Italia jugó de negro fue en un amistoso ante Francia, en Roma, en 1935. Un año después, en los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, también vistieron de esta guisa. Pero cuando más resonancia tuvo fue en el Mundial de Francia de 1938, que lejos de ser un espacio deportivo y de confraternización en una Europa a punto de romperse en la guerra, volvería a ser, una vez más, un escenario muy político.
Mussolini, con un Mundial en las espaldas con sabor a victoria fascista, despedía personalmente a los azzurri desde una abarrotada Piazza Venezia, en Roma, escenario fascista por excelencia. Desde el habitual balcón donde Il Duce hacía sus discursos, despedía, en esta ocasión, a una selección italiana vestida con el uniforme fascista que iba a defender el título de campeona del mundo y a propagar el espíritu del fascismo italiano.
Pero hay que explicar el porqué de la elección del negro. Es un homenaje de Mussolini a sus Camicie Nere, los camisas negras, cuyo nombre oficial era Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional. Era la fuerza paramilitar en la que se apoyó Mussolini para ejercer la violencia en su toma del poder y que más tarde, ya con él como duce, asumió carácter de elemento defensivo oficial. El uniforme de este grupo constaba de una camisa negra, lo que les dio el nombre por el que eran conocidos.
En el Mundial del 38, los saludos fascistas antes de dar comienzo al partido no gustaron a los anfitriones franceses y, menos aún, cuando los azzurri se vistieron con camisetas negras en un honor a los uniformes fascistas ante la Francia de Barreau. Los silbatos y gritos convirtieron el estadio en uno de los más hostiles. No sólo se estaba jugando un partido de fútbol, también era un “cara a cara” entre el fascismo italiano y la república democrática francesa.
En el partido de cuartos de final entre Italia y la selección anfitriona, y por orden directa del duce, Benito Mussolini, la selección italiana vistió de negro: camiseta, pantalón y medias. El escudo no variaba: la cruz de la casa de Saboya y, eso sí, los fasces (las varas y el hacha, símbolo procedente de la Antigua Roma que el movimiento fascista italiano adoptó como propio). De nada sirvió la presión, Italia vencería a los franceses en el Stade de Colombes de París donde los italianos ganaron 3-1. Luego derrotaron 2-1 a Brasil en semifinales (2-1) y a Hungría en la final (4-2), ganando así su segunda Copa Jules Rimet. Cuando cayó el fascismo, nunca jamás volvió Italia a jugar de negro.
Los argentinos “fascistas”
Raimundo Orsi viajó a Italia después de la final de los Juegos Olímpicos de 1928, torneo en el que se destacó como uno de los mejores futbolistas de la Selección Argentina que perdió la final contra Uruguay. Llegó a Juventus en el inicio de la temporada 1928/29 y, aunque tenía grandes expectativas, nunca soñó con un día otorgarle a Italia un campeonato del mundo.
Su relación con la Nazionale comenzó tras la Copa del Mundo de Uruguay, cuando el dictador Benito Mussolini se encargó personalmente de que el futbolista argentino pudiera representar al país europeo. Raimundo «Mumo» Orsi, Luis Monti, Atilio Demaría y Enrique Guaita fueron los futbolistas nacidos en Sudamérica que jugaron el campeonato del mundo 1934 para Italia. Monti, de hecho, había jugado con la Albiceleste la final del Mundial anterior.
El wing de Juventus fue el mejor futbolista del campeón por lo realizado en la final frente a Checoslovaquia, pero también por el gran nivel mostrado a lo largo de todo el certamen. Junto a Giuseppe Meazza formó una dupla extraordinaria. Ambos brillaron por su velocidad, su actitud y su buen juego. Desde este espacio elegimos a Orsi como el mejor del torneo, pero cualquiera de los dos podría haberlo sido. Además de esa anotación clave en el partido definitorio, Orsi convirtió otros dos tantos en el Mundial. Ambos fueron en el debut de su equipo, frente a Estados Unidos. Ese día, el wing izquierdo marcó el segundo y el sexto de la goleada 7-1.
Tres goles que no alcanzan para dimensionar la importancia de Raimundo Orsi en la estructura del campeón del mundo. El futbolista nacido en 1901 en Avellaneda fue el alma del ataque italiano, el jugador más importante de un equipo que hizo historia.
Un año después de la conquista del título, regresó a Argentina para jugar en Independiente y Boca Juniors, además de calzarse la camiseta albiceleste nuevamente. Luego, pasó por Uruguay, Brasil y Chile, donde concluyó su carrera a los 42 años de edad.
Nota:
* Entreala: Cuando la línea de ataque la formaban cinco hombres, había un ala derecha y un ala izquierda, formadas por el puntero y otro futbolista que actuaba a su lado, hacia el centro del campo. Este era el entreala. Con el tiempo las alas volaron y el entreala se integró a la multitud que actúa en el mediocampo.
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