“(…) para 1637 un solo bulbo de una variedad llamada Semper Augustus llegó a costar 10.000 florines. «Eso era suficiente para alimentar, vestir y alojar a toda una familia holandesa por media vida o para comprar una de las mejores casas en el canal más de moda de Ámsterdam»
Mike Dash en («Tulipomanía: La historia de la flor más codiciada del mundo y las pasiones extraordinarias que despertó»)
“Aconsejar economía a los pobres es grotesco e insultante. Es como aconsejar que coma menos al que se está muriendo de hambre.”
Oscar Wilde
“Érase una vez, un país en el que vivían una Cigarra y una Hormiga. La hormiga era hacendosa y trabajadora, y la cigarra, no, le gustaba cantar y dormir, mientras la hormiga hacía sus labores. Pasó el tiempo, y la hormiga trabajó y trabajó todo el verano, ahorró cuanto pudo, y en invierno, la cigarra se moría de frío, mientras la hormiga, tenia de todo. La Cigarra llamó a la puerta de la Hormiga, que le dijo: ‘Cigarrita, cigarrita, si hubieras trabajado como yo, ahora no pasarías hambre ni frío.’ Y no le abrió la puerta… ¿Quién ha escrito esto? Esto no es así, la hormiga ésta es una hija de la gran puta y una especuladora. Y, además, aquí no dice porque unos nacen “cigarras” y otros “hormigas”, y tampoco, que si naces cigarra estás jodido.”
Javier Bardem
Todos tenemos ganas de que llegue ya la primavera, la del buen tiempo y las flores. Pero ¿tendría sentido vender una casa para adelantarse a la primavera? ¿O pagar miles de euros por tener algunas flores antes de tiempo? Posiblemente no. Pero si nos encontráramos en los Países Bajos y en el siglo XVII, quizás la respuesta sería otra. Porque entonces, el tulipán llegó a ser un activo tan cotizado que provocó la que se considera como la primera burbuja especulativa de la historia y la quiebra completa de Holanda, por lo menos muchos siglos antes que existiera una Reina Máxima (dicho sea de paso, bueno es recordar que es hija del que había sido secretario de Agricultura y Ganadería de Argentina entre 1979 y 1981 durante la última dictadura cívico-militar, Jorge Horacio Zorreguieta), un tal Lionel Messi y un Dibu Martínez.
Pero como de economía y especulación, esto se trata, iremos directamente al grano, y en este caso más específico a los bulbos…
El tulipán llegó a Holanda desde Turquía (originalmente cultivados en el Imperio Otomano) en el siglo XVI para adornar los jardines del emperador Maximiliano. Los nobles empezaron a coleccionarlos como símbolo de poder y riqueza. En aquel tiempo, la alta burguesía centroeuropea acostumbraba a adornar sus jardines con flores de las variedades más exóticas a su alcance. Entonces, el Embajador austriaco en Turquía no dudó en hacerle llegar al Emperador Rodolfo II de Austria algunos bulbos para sus Jardines Imperiales en Viena y Praga.
Éste fue el germen de una costumbre que se extendió por la aristocracia y alta burguesía europeas. Así, el tulipán se convirtió en uno de los elementos más codiciados por las clases más adineradas del viejo continente. Tal y como cuenta Peter Garber en “Las famosas primeras burbujas: los fundamentos de las fiebres especulativas del pasado”: los fundamentos de las fiebres especulativas del pasado, a principios del siglo XVII los tulipanes eran un símbolo de prestigio entre los más ricos, las mujeres querían llevarlos en sus vestidos, los botánicos querían cultivarlos y los pintores preferían cuidar un tulipán a pintar un cuadro. Por todo esto, la demanda de tulipanes era enorme. Pero este mercado tenía un problema: la flor tarda siete años en madurar. Era demasiado tiempo para la euforia compradora del momento.
Pero, ¿por qué fue precisamente en los Países Bajos donde se enfervorizó esta práctica?; además de ser el país más rico de Europa, las características climatológicas y geológicas de la región ofrecieron al exótico tulipán las condiciones ideales para su germinación. Curiosamente los botánicos no consiguieron averiguar el porqué. Era el único lugar en el que el tulipán comenzó a experimentar mutaciones que otorgaban intensos y aleatorios colores a sus pétalos (*).
Entonces, los comerciantes se dieron cuenta de que podían vender los bulbos que se obtendrían de la próxima cosecha. El comerciante recibía un pago por sus futuros tulipanes y el comprador un derecho (reconocido en un documento escrito) a obtener esos bulbos cuando florecieran. En otras palabras: estamos ante el primer mercado de futuros de la historia. Actualmente, este tipo de mercados sigue existiendo. En ellos, se compra un producto por un precio fijo antes de que este haya sido producido. Es decir, se compra el futuro producto. Una de los rasgos de este mercado es su facilidad para alimentar la especulación. Es decir, comprar un producto barato simplemente para venderlo por un precio mayor, no para utilizarlo.
A lo largo de las tres primeras décadas del siglo XVII, el tulipán fue la estrella de los jardines y fue incrementándose su precio. Pero no fue hasta fechas cercanas a 1630 cuando el mercado saltó de las clases más altas a las clases medias y bajas. El negocio se convirtió en una práctica de taberna, pues hombres de toda índole y condición se daban cita para comprar y vender los bulbos.
Esto fue lo que pasó a partir del 1620. Comenzó a popularizarse la especulación con los títulos de propiedad de los tulipanes. Según el libro “15+1 crisis de la bolsa de Self Trade Bank”, los derechos que se compraban en verano por 50 florines se vendían por 100 en otoño y por 150 en invierno, pero el precio nunca bajaba. Comprar títulos de bulbos para venderlos a los pocos meses y sacar un ingente margen de beneficio parecía un negocio seguro. Por eso, mucha gente de clase humilde dejó su trabajo, pidió créditos e incluso hipotecó su casa para especular con los bulbos de tulipán. Y cuantos más inversores entraban en el negocio, más subía el precio. Para 1623, un solo derecho de tulipán normal se vendía por 1000 florines, cuando el sueldo de un holandés medio era de 150 florines anuales. Sin embargo, el máximo precio del tulipán se alcanzaría en el 1635: un solo bulbo de Semper Augustus (un raro tulipán a rayas blancas y rojas) se cambió por una mansión entera en el centro de Ámsterdam. Quizás esta situación le suene.
Quizás le resulte familiar por la subida de precios que hubo durante la burbuja inmobiliaria que provocó la crisis mundial y para simplemente recordarles, querid@s lector@s, tengan memoria lo que pasó en la economía de nuestro país, allá por el 2009, pero que tuvo su génesis (¿ya les dije que es una gran banda?, si no es la mejor de todas…) en la crisis financiera de 2007-2008 se desató de manera directa debido al colapso de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos en el año 2006, que provocó aproximadamente en octubre de 2007 la llamada crisis de las hipotecas subprime –bueno, de aquí en adelante googleen… no tengo que darles todo servido, está bueno despertar la curiosidad de lectores cada tanto, ¿no?-.
Otra aclaración al paso, digo todo esto para que no crean que todo lo que nos pasa es por obra y gracia que Dios –si existiera, tengo mis dudas- es argento –de esto estoy plenamente seguro, que en caso de existir, ni “en pedo” sería argento, además ya lo dijo Jorge Drexler “Un hombre no es más que un hombre, y si hay dios, así lo quiso”, así que difícilmente, más allá de la metáfora maradoniana de D10S, difícilmente tenga la celeste y blanca en el pecho…-. Busquen y lean, se darán cuenta que, en un mundo globalizado, la especulación, de esos tiempos y la de estos –criptomonedas y demás-, la fuga de capitales, los grandes grupos económicos, financieros y empresariales, siempre salieron ganando –perdón por el spoiler- y pidieron la “escupidera” (como decía mi abuela) al Estado, cuando tuvieron que cubrir sus pésimas políticas e impactos en provocados en el común de la gente.

Pero siguiendo con el Tulipán Semper Augustus, la situación especulativa, se volvió caótica. Una solvente fábrica de cerveza, el valor de 25 toneladas de mantequilla o una mansión. Una casa en el barrio más acomodado del país o el valor de 80 cerdos. Hasta un barco mercante con su tripulación. Son sólo algunos ejemplos registrados documentalmente de lo que se llegó a pagar por uno de aquellos preciados tubérculos; cuanto más extravagante era la flor, más codiciada era y, por lo tanto, mayor su precio en el mercado. Fue la avaricia humana la que originó la catástrofe. Y fue la que provocó que la sociedad terminase por considerar insuficiente el mercado físico. Éste sólo podía producirse entre verano y primavera, que es cuando los bulbos pueden estar fuera de la tierra. Fue entonces, en otoño de 1636, cuando entró en funcionamiento la compra-venta de futuros bulbos procedentes de la siguiente recogida.
Un bulbo virtual (lo resalto en negrita, porque si hay algo que no había en esos tiempos era virtualidad, pero la extrapolación terminológica, puede hacer comprender que especuladores, ganadores y perdedores, los hubo en todos los tiempos) podía cambiar hasta 10 veces de manos en un solo día, generando beneficios en cada uno de los intercambios. El precio subió entre un 500 y un 2000% en tan solo unas semanas. La gente invertía todo lo que tenía en comprar al menos uno de aquellos pagarés.
Muchos se endeudaron de por vida para poder participar holgadamente en el mercado del tulipán. Hipotecaban su casa, sus tierras, sus pertenencias o, incluso, prometiendo décadas de sus futuros sueldos. Ya no se trataba de la vanidad de adornar el jardín con las mejores flores del continente. La importancia del tulipán iba mucho más allá. Se había construido de la nada un mercado financiero de futuros en el que estaba involucrada toda la sociedad.
Y como esta crisis, el tulipán también tuvo su Lehman Brothers (**). En 1637 una mala cosecha provocó las primeras tensiones. Surgieron críticos que apuntaban a que los precios del mercado eran desproporcionados. El precio del bulbo empezó a caer, los holandeses sabían que no podrían mantener esos precios más tiempo y todo el mundo quiso dejar el negocio.
Según cuenta uno de los mayores investigadores del tema, Charles Mackay, en su libro Delirios multitudinarios: la manía del tulipán y otros mercados enloquecidos, el 5 de febrero de 1637, 99 tulipanes se vendieron por 90.000 florines. El 6 de febrero, medio kilo de tulipanes trató de venderse por 1.250 florines, pero nadie los compró. ¿Qué había pasado?, el 5 de febrero de 1637 se vendieron 40 bulbos por 100.000 florines (un artesano bien pagado de la época tenía una renta anual de 150 florines). Pero en aquel momento nadie pudo ni tan siquiera imaginar lo que iba a ocurrir. La mañana del 6 de febrero, en una taberna de Haarlem, un comerciante puso a subasta algo menos de medio kilo de bulbos por 1250 florines. Era una buena oferta, pero nadie la aceptó. El comerciante, sorprendido, al igual que todos los presentes, bajó el precio a 1000 florines y tampoco hubo comprador. Cundió el pánico, la noticia se propagó por todo el país en un solo día. Los desesperados intentos por minimizar las pérdidas provocaron que toda la sociedad quisiera vender. Ya nadie quería comprar, la primera burbuja financiera de la historia acababa de estallar.
En tan solo un par de meses el valor del tulipán descendió en casi un 100%. Los poseedores de futuros bulbos no tenían nada ya que habían firmado su ruina económica perpetua. El mundo se había visto azotado por la primera gran crisis proveniente del pinchazo de una burbuja financiera.
El precio de los tulipanes cayó en picado. Aquellas personas que pidieron créditos imposibles y que hipotecaron sus casas o sus negocios para invertir en el tulipán se arruinaron. Los comerciantes que aún conservaban contratos y derechos trataron de hacerlos valer e intentaron cobrar. Pero era imposible. La gente había perdido sus casas y sus trabajos por una flor que ahora no valía nada. Los juzgados se colapsaron por los acreedores, el pueblo se arruinó y, finalmente, la economía holandesa entró en quiebra; así, “tulipomanía” fue algo irracional y todo un frenesí que involucró a todo el país, desde deshollinadores a aristócratas. Se comerciaba con un mismo bulbo de tulipán (o, mejor dicho, futuro tulipán) hasta 10 veces al día. A nadie le interesaban los bulbos de las flores, solo los beneficios: todo un fenómeno de avaricia pura. Los tulipanes se vendían a precios desorbitados (similares a lo que costaba una casa) y hay quien ganó y perdió fortunas. Fue la ingenuidad de los novatos –¡hola… adoradores del bitcoin…! a ustedes les hablo…– en el mercado lo que provocó el crac en febrero de 1637 y la gente en bancarrota se tiraba desesperada a los canales, haciendo que el gobierno tuviera que intervenir para acabar con la especulación, pero la economía del país ya estaba arruinada.
Para solucionar esta crisis, los ayuntamientos de las ciudades decidieron perdonar muchas de las deudas que se contrajeron durante esta histeria compradora. Digamos que aplicaron una quita. Sólo una fuerte y muy costosa intervención del Estado, el Gobierno de Holanda (como suele ser habitual en las crisis financieras), permitió que de manera paulatina se fuese recobrando la normalidad. El «gobierno», no puso fin al comercio, aunque sí que reaccionó de forma lenta y dubitativa a las peticiones de algunos comerciantes y consejeros de las ciudades para resolver las disputas. La corte provincial de Holanda sugirió que la gente se encargara de sus problemas y que intentara alejarse de los juzgados: nada de regulación por parte del gobierno en este caso. Pero sí tomo cartas en el asunto, al resolver, como una de las primeras medidas, la anulación de la inmensa mayoría de contratos futuros para evitar ruinas. A pesar de ello, aún se tardaría muchas décadas en dejar definitivamente atrás los estragos del “negocio del aire”.
Algunos autores, historiadores y economistas sostienen que la “tulipomanía” no fue algo irracional y los tulipanes eran un producto de lujo relativamente novedoso en un país cuya riqueza y redes comerciales se estaban expandiendo a un ritmo frenético. Cada vez había más gente que podía permitirse lujos y los tulipanes eran bonitos, exóticos y representaban el buen gusto y la buena educación entre los miembros más cultos de la clase mercante. Muchas de las personas que compraban tulipanes también adquirían cuadros o coleccionaban rarezas como, por ejemplo, conchas. Los precios subieron porque era difícil cultivar tulipanes y que florecieran en la manera más popular o con los pétalos moteados. Sin embargo, no era irracional pagar un precio tan alto por algo que era considerado generalmente de valor y por lo que otra persona estaba dispuesta a pagar aún más dinero.
Según afirman estos sectores tendientes a demostrar que la crisis no fue tal y quizás “pasaron cosas”, que la misma, tampoco fue frenética. De hecho, la mayor parte del tiempo la compraventa fue bastante calmada y se llevaba a cabo en las tabernas y en los barrios, y no en el mercado bursátil –¿Qué quieren estos defensores de la especulación? ¿Que exista una bolsa de comercio de bulbos o quizás un “retiro espiritual” donde se puedan digitalizar los precios, como lo hacen con la justicia? – . También fue bastante organizada y se establecieron varias empresas en las ciudades para cultivar, comprar y vender; surgieron varios comités de expertos para supervisar su comercio (algo así como la reunión de empresarios en IDEA o la Sociedad Rural y su exposición anual).
Estos defensores del “libre mercado” y el “no intervencionismo” –hasta que salen a pedir ayuda estatal para sus negociados- se escudan en que, si bien los precios podían ser altos, la mayoría no lo eran, pero enseguida reconocen que había tulipanes más caros podían costar alrededor de 5.000 florines (el precio de una casa bien equipada) y que eran pocos los que podían acceder a los mismos. Muchos de los tulipanes eran mucho más baratos, con la excepción de un par de casos donde los compradores procedían de la clase mercante adinerada y podían permitirse los bulbos. A pesar de lo que se piensa, no eran todos, sino muy pocos los deshollinadores o tejedores que comerciaron con tulipanes y los pocos que lo hacían procedían de las clases de mercantes y artesanos de alta estima. La mayoría de los compradores y vendedores estaban conectados entre sí por las familias, la religión o la vecindad, de ahí que mayoría de los vendedores vendía a gente de su entorno.
Justifican la inexistencia de la crisis al decir que “la burbuja” no estalló porque entrara gente ingenua y malinformada en el mercado de los tulipanes, sino más bien por temores de un exceso en la oferta y la insostenibilidad del aumento de los precios durante las primeras cinco semanas de 1637. De hecho, ninguno de los bulbos estaba disponible (todos estaban sembrados bajo tierra) y no se podía intercambiar dinero hasta que se pudieran intercambiar los bulbos en mayo o junio. De ahí que aquellos que perdieron dinero durante el crac de febrero solo lo hicieron de forma teórica: probablemente no cobrarían el dinero en el futuro. Cualquier persona que hubiera comprado y vendido un tulipán en papel desde verano de 1636 no había perdido nada. Solamente aquellos que esperaban por su pago estaban en problemas y se trataba de gente que podía soportar las pérdidas. Incluso afirman que ninguna persona murió ahogada los canales y los compradores y vendedores de tulipanes aparecían en los registros de insolvencia, era porque habían comprado inmuebles o bienes o se trataba gente que había caído en bancarrota por algún otro motivo: todavía tenían suficiente dinero como para seguir gastándoselo –como si la muerte tendría que ser el único fin para sortear semejante crisis y pérdida monetaria y no el caer en la miseria e indigencia-.
Llevando el mismo análisis a estos tiempos, no todos los que compran criptomonedas en la actualidad son “deshollinadores o tejederos”, las mismas han cruzado el umbral de todos los estratos sociales o “las castas” como le gusta decir a cierto diputado con “tintes fachistoides”.
Ahora es Bitcoin, pero en el pasado fueron las acciones puntocom, el crac del 29, los ferrocarriles del siglo XIX y la Compañía del Mar del Sur en 1720. A todas estas burbujas se las comparó en su momento con el «boom de los tulipanes», la locura financiera por los bulbos de tulipanes en la década de 1630. Según algunos escépticos, Bitcoin es la «tulipomanía 2.0». No se trata de que los nuevos inversores provocaran el crack del mercado de los tulipanes o de que la estupidez y la codicia se apoderara de los que comerciaban con tulipanes. Pero todo esto y los posibles cambios sociales y culturales a causa de los grandes cambios en la distribución de la riqueza era algo que la gente temía por aquel entonces y algo que la gente sigue temiendo. Principalmente en las clases dirigentes, que siguen viendo a la movilidad social como un peligro latente para sus especulaciones, financieras y políticas, muchas de ellas que caminan por la delgada línea de lo ilegal, entre fuga de capitales, viajes de “retiros espirituales a cierto Lago Escondido”, pero por, sobre todo, manejando una realidad mediática que dista mucho de la cotidiana, en donde tratan de hacernos ver –como dice el Negro Dolina- en rubios, cuando somos negros…
La tulipomanía se menciona una y otra vez a modo de precaución para que los inversores no sean estúpidos o para que se mantengan al margen de cosas que para otros son positivas. Sin embargo, la crisis de los tulipanes fue un evento histórico que sucedió en un contexto histórico concreto y, sea lo que sea, Bitcoin no es la tulipomanía 2.0., pero seguramente puede llegar a transformarse en un evento histórico-económico de gran escala. Sin ir muy lejos, analicen, querid@s lector@s, la cantidad de propagandas y auspiciantes que había antes –hasta no hace mucho-, en los medios masivos de comunicación, que se respaldaban en criptomonedas y hasta existían “columnistas especiales” que la iban de asesores financieros, ni hablar de “gente de la farándula” argenta y mundial que ponían su cara –pero estoy seguro que no daban su patrimonio financiero- para promocionar las mismas… casi, casi tan cotidianamente como un bulbo de tulipán podía cambiar de manos. ¡En un mundo en que todos somos cigarras, pero que laburamos como hormigas solidarias –no como esa hormiga hija de puta que cita Bardem-, mientras algunas garrapatas se llevan los beneficios…!
Hasta la próxima…
NOTA:
(*) Actualmente se conoce que las mutaciones de la flor eran fruto de una enfermedad de la planta, un virus trasmitido por el pulgón común que producía variaciones en el ADN y, consecuentemente, cambios en el color de sus pétalos.
(**) Lehman Brothers, con 639.000 millones de dólares en activos, se declaró en quiebra el 15 de septiembre de 2008 tras la huida de sus clientes. La Reserva Federal había negociado su reorganización con otros bancos, pero las discusiones fracasaron. Como consecuencia, la empresa tuvo una pérdida trimestral de 2.800 millones de dólares, su valor en el mercado de valores bajó un 95% respecto al año anterior y las calificadoras de riesgos devaluaron sus activos. Lehman Brothers había asumido riesgos demasiado altos con las hipotecas subprime y fue acusada de negligencia. Su caso fue la mayor quiebra de la historia de Estados Unidos y se considera el desencadenante de la crisis financiera internacional de 2008.



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