Recientemente YouTube (Google) decidió cerrar las cuentas oficiales del rapero R. Kelly una semana después que fuera condenado a prisión por trata de personas (entre otros delitos). Durante los asaltos al Capitolio, Twitter cerró la cuenta del presidente de EEUU, Donald Trump, cercenando adrede su vía de comunicación con sus seguidores a fin de prevenir estragos. Hace pocos días, el portal GoFundMe cerró la colecta iniciada por la familia de un adolescente «tirador escolar», la cual alegaba que el chico sufría de estres post traumático.
Bueno… Trump es prácticamente un fascista, Kelly cometió un delito aberrante y no sé si me agrada una colecta para un asesino, entonces no es tan grave. Pero… resulta que bajo la misma autoridad de «términos y condiciones» Facebook censura arbitrariamente desnudos femeninos dependiendo de si la chica es «linda» o no (si lo es, es artístico y parece que si no, no) y dios sabrá que algoritmo usan para los masculinos, también censura publicaciones por el uso de palabras «prohibidas» sin siquiera decirte cuales fueron, con casos donde decir «negro» es punible porque los estadounidenses usan esa palabra, o su derivado «nigger» como insulto racial, pero a su vez hay publicaciones que dicen que «todos los blancos deben morir» y no pasa nada.
En síntesis, para bien o mal un pequeño conglomerado de empresas tecnológicas parecieran tener su propio sistema legal no centralizado donde determinan arbitrariamente penas, que pueden resultar hasta económicas, por «faltas» que definen al margen de todo control legal bajo el concepto de «términos y condiciones».
Esto puede parecer menor porque siempre se usa el argumento de «andate a otro lado» pero no se puede ignorar que un pequeño grupo de cinco empresas centraliza la inmensa mayoría de la comunicación a través de la red, incluso llegando a violar el otrora sagrado «principio de neutralidad de la red».
Pero vamos paso a paso. El principio de neutralidad de la red, por ejemplo, dictamina que la red no ofrece condiciones preferenciales para navegar ningún sitio web o ningún uso en particular, lo que implica que la autopista informática es «libre» y puede ser usada por todas las empresas proveedoras de servicios y sus apps en igualdad de condiciones. ¿Nadie tiene un plan de celulares con «whatsApp gratis»? (aplicación propiedad de Facebook), ¿cómo creen que eso deja, por ejemplo, a Telegram, servicio de mensajería que es competencia directa de la aplicación verde? Escribir por whatsApp te es gratis, hacerlo por Telegram te consume datos. La neutralidad, destruida.
La cosa se complica porque cada empresa que les puede hacer sombra es eventualmente adquirida, conformando así el inmenso oligopolio conocido como GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), ¿Qué donde entran en esto Amazon, Apple y Microsoft? Ya te cuento.
Resulta que Amazon, la empresa con mayor valoración económica del planeta, además de tener prácticamente un monopolio de la prestación de servicios de hosting a través de máquinas virtuales (en castellano: casi cualquier página que visitás que no sea de un gigante te es provista por computadoras de ellos) es una especie de Mercado Libre estadounidense que además de negrear a extremos increíbles a sus empleados (al estilo cronometrar el tiempo que van al baño) ha sabido pasar a fabricar el producto con el que un microemprendedor logró un éxito notable a la vez que le cierran la tienda virtual en su plataforma.
Microsoft hace convenios con escuelas donando computadoras y licencias de software para que se enseñe Windows y Office (Word, Excel, etc), con el nada inocente objetivo de que los chicos salgan formados en sus herramientas y al mercado le sea más barato comprar sus productos que entrenar al personal en otras tecnologías, muchas de ellas mejores o incluso sujetas al paradigma de «software libre», como ser la familia de sistemas operativos Linux. Dicho sea de paso, les comento que pocas cosas menos relacionadas con «aprender computación» que esos cursos de herramientas de oficina, los cuales terminan reemplazando un conocimiento hoy esencial en la sociedad como ser la capacidad de investigar, modelar problemas y resolverlos, que, créanlo o no, es a lo que realmente se dedica la informática por mucho que tanto pariente crea que como uno estudió sistemas sabe arreglar un teléfono…
Apple nos ofrece un veneno distinto pero que definitivamente es la antítesis misma del software libre: el marketing y la caducidad programada como herramientas de colocación de basura tecnológica (ok, no será basura por dos años, cinco quizás, pero sabemos que en eso termina).
Resulta que como por 1965 Gordon E. Moore, cofundador de Intel, planteo la luego conocida como «ley de Moore» (ajustada por el mismo 10 años después) que anticipaba que cada dos años la cantidad de transistores en un procesador se duplicaría… hasta alrededor del 2020, momento en el cual se alcanzaría el límite que la física impone a la capacidad de achicar transistores.
¿Que tiene que ver? Bueno, quizás recuerden que hace no tantos años una computadora de hace cinco años era una carreta, hoy quizás hayan notado que los micros de hace 5, 7 o más años atrás siguen en el mercado y se «defienden» bastante bien. Pasa que cuando las empresas se vieron venir encima la ley de Moore se plantearon como mantener el negocio cuando no pudieran mantener la curva de mejoras de productos, las soluciones pasaron en parte por optimizar la arquitectura pero en mucha mayor medida, con Apple como vedette estrella, por convencer al comprador de que un producto perfectamente útil era basura, incluso cuando eso implicara volverlo basura adrede empeorando su performance o suspendiendo el soporte a funcionalidades básicas, eso sumado a hacer dispositivos virtualmente imposibles de reparar.
Para esta altura del presente se hace necesario explicar dos conceptos que ya he mencionado: caducidad programada y software libre.
El primero referencia a lo dicho sobre volver obsoleto un aparato perfectamente funcional y se extiende mucho más allá de las prácticas extremas de Apple. Resulta que si no vendés quebrás, y nadie va a comprar heladeras para coleccionarlas, entonces el fabricante necesita que eventualmente se rompan. mismo pasa para lamparitas y mil cosas más: se tienen que romper. Y así construimos un mercado que por marketing o (mal) funcionamiento se centra en producir basura, productos preparados para fallar tras tanto tiempo.
El segundo concepto, software libre, hace referencia a algo realmente increíble en nuestra sociedad contemporánea, esa en que Fukiyama determinó el fin de las ideologías y el reinado del dios mercado: programas hechos con la colaboración de cientos o incluso miles de personas que lo hacen con el solo fin de que haya mejores herramientas para trabajar, una enorme y casi (pero no tan) caótica cooperativa mundial de gente trabajando con el solo objetivo del bien común. tan «zurdo» es el concepto que en un juego de palabras anglosajón usan una licencia que en vez de llamarse «copyright» (derecho de copia, literalmente) se llama «copyleft», algo así como «te dejo copiar» pero que también juega con que en inglés tanto «right» como «left» tienen significados alternativos: derecha e izquierda.
Resumiendo, GAFAM cuenta con su propio sistema pseudo penal y de control de la libertad de expresión que funciona a nivel supraestatal, combate la capacidad de otros actores de generarles competencia, utiliza su posición dominante del mercado para afianzar su oligopolio, fomenta que la educación se centre en sus servicios boicoteando movimientos que impulsan el conocimiento por sobre la ganancia y nos llevan camino al colapso ecológico del planeta a través de la generación masiva de basura.
Quizá sea hora de mirar el modelo surcoreano y pensar un poco que senda es la que transitamos. Allá las corporaciones rigen el país, al punto de tener sus propios candidatos, y la valía de un individuo se mide en su examen de ingreso universitario. Quizás mundialmente vayamos camino al imperio GAFAM: una era donde el ser humano deje de ser el centro de la sociedad, tal y como lo es desde fines del siglo XVIII, y lo reemplace la corporación, a la cual servirá como se servía al rey o a un dios en el pasado.
¿Ridículo? Vivimos en una era de democracias y manipulaciones masivas de voluntades a partir del manejo de la información (y la desinformación), lo verdaderamente ridículo sería subestimar el poder del aparato tecnológico sobre nuestras vidas. Si a alguien le parece que es menos que enorme, les invito a un ejercicio práctico: por un día no usen nada de lo producido por GAFAM. Notarán que van a tener que apagar sus celulares (todos usan sistemas operativos de Google, Microsoft o Apple), la mayoría de las computadoras estarán vedadas y las que no sería casi nulo el uso de Internet que se les podría dar.
Ciertamente nadie se va a morir por un día de abstinencia, lo interesante sería luego imaginar una vida entera en esas condiciones. Bueno, ese es el nivel de dependencia que tenemos respecto al imperio de GAFAM. El verdadero esclavo es aquel al cual se le quitan las cadenas e igual se queda, el otro es meramente un prisionero.
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