
Estamos en febrero, y aunque pasó en julio de hace 201 años, un hombre aguerrido, de armas llevar….
Cuentan que ella era rubia, tan buena jinete que se la consideraba una amazona. Que su familia de nobleza portuguesa se había radicado en San Pedro del Rio Grande (Sur del actual Brasil). Y que su olvidado nombre fue reemplazado por Delfina, haciendo alegoría a su herencia de estirpe.
Cuentan que enamoró tanto a su hombre, que este rompió su compromiso con otra mujer. Dicen que en uno de los enfrentamiento con Artigas, él la rescató. Pues era una suerte de cautiva del malogrado caudillo oriental. Se sabe, que por el 1820, ella lucía sombrero chambergo con pluma y uniforme de coronel. Que siempre cabalgaba a su lado.
Él un joven caudillo que apenas superaba los treinta años, conocido como Pancho. Apoyado por un origen noble por parte de su madre, descendiente del Virrey Juan José Vértiz y Salcedo; y de su padre, del fundador de La Rioja.
Si, es la historia de un amor, que supo de sables, lanzas, combates cuerpo a cuerpo. Sangre en los campos de batalla. Curar heridos, pero también de pasión.
Francisco “Pancho” Ramírez, el “Supremo entrerriano” nunca formalizó su amor ante la ley. Pero consagró su vida a ella y a su tierra.
El fatídico 10 de Julio Pancho estaba en Córdoba. Con sus tropas diezmadas, y tratando de asumir una última derrota en el campo de batalla. En realidad, mas que batalla, con tan pocos soldados que intervenían, eran escaramuzas o entreveros.
Emprende la retirada de la zona de Rio Seco, al galope junto con un puñado de hombres y su amada Delfina.
Contaba, Anacleto Medina, uno de sus laderos, que Don Pancho miró para atrás para ver a quienes los seguían. Para ver que su Delfina estaba en el suelo. La rodada de su caballo la había dejado vulnerable en manos del enemigo.
Volvió, dicen, con lanza apretada en el sobaco, trabuco en mano y con facón en la cintura por si ameritaba en la reyerta.
Anacleto fue el responsable de poner a salvo a la razón de su sacrificio.
Pancho, recibió un tiro en el pecho, y su caballo siguió a la carrera. Con el corazón partido, pero la pasión intacta.
Delfina, en ancas del corcel de Anacleto se alejó. Tal vez no pudo ver como quedaba tirado en el campo, el cuerpo decapitado de su compañero.
Estanislao López hizo embalsamar su cabeza por 42 pesos. Fue exhibida en una iglesia en Santa Fe, y también en el cabildo.
Don Francisco Pancho Ramírez, el Supremo entrerriano, no murió defendiendo su tierra. Lo hizo defendiendo el amor por una mujer.
Tenía 35 años. Luchó contra los portugueses, fundó la República de Entre Ríos (1820). En ella decretó la obligatoriedad de la enseñanza pública. Estableció normas para agricultura, comercio y forestación. Todo un adelantado.
Con su heroica muerte, también se diluyó su obra.
Delfina, mujer de armas, cabalgó a reunirse con su amado Pancho, 18 años después.
Anacleto Medina, murió en combate atado a su caballo, como el Mio Cid, en Colonia en 1871. Con 83 años, casi ciego. En una de las batallas mas cruentas de la guerra civil uruguaya, entre blancos y colorados.
En una historia de amor paralela a este relato, me recordaba hoy mi madre, a mis bisabuelos, José Greissing y Maria Zimermmann, de familias políticamente enfrentadas por obligación, debieron migrar desde esa zona hacia Gualeguaychú para que la guerra no decapite su amor.
Dedicado a todos los varones que son los suficientemente machos para decirle te amo a su mujer, sin ponerse colorados. Porque eso no los hace menos semental, pero si mucho mas varones.
Dedicado a mi amada Marcela.
Feliz 14 de febrero.
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