
La «no intervención» y el principio de libre autodeterminación de los pueblos son criterios troncales del derecho internacional. Pasa que los abogados no pisan Exactas, digo, a un informático no se le hubiera escapado la necesidad de definir que es un «pueblo», que significa no intervenir en asuntos internos, si es una mera cuestión definible como si o no o, en cambio, es cuantificable ni, en última instancia, si es siquiera aplicable. Sin embargo, el mundo sigue girando y mucha gente intenta(mos) regirnos por esos principios.
Por supuesto, el primer debate se da cuando no intervenir implica que un pueblo no pueda ser libre de decidir su destino, de allí la excusa más popular para intervenir: la falta de democracia. El segundo es que es un pueblo, esa es, en cambio, la excusa para (en general) no intervenir, por ejemplo diciendo que el País Vasco es parte de España y por lo tanto su pueblo no puede determinar su destino ignorando al resto del pueblo español. Argentina usa el mismo criterio para aludir que los kelpers no constituyen un pueblo y, en tanto ingleses, no tienen derecho a decidir sobre las Malvinas sean o no nativos de ellas.
La cosa no hace sino complicarse cuando toca definir «intervención en asuntos internos» porque ¿qué es un asunto puramente interno? Si amenaza mi capacidad de compararme microprocesadores a Taiwan, ¿es interno de Taiwan? ¿Y si Paraguay compra misiles? ¿Y si los apunta a Argentina? ¿Y si tenemos un informa de inteligencia que nos dice que nos va a atacar pero no podemos probarlo?
Por si fuera poco, las entidades privadas (Greenpeace, por dar un ejemplo) están exentas de estos principios, pero ¿qué sucede cuando operan como satélites o incluso financiadas pro gobiernos? En épocas de hipercomunicación, ¿qué pasa si EEUU ordenara a a las GAFAM un apagón tecnológico en un lugar X? ¿Y si la orden es secreta?
Por suerte, existe un ejército de analistas encabezado por alguien que imagino debe ser el legendario «José Yotelaexplico» de Tato Bores o alguien que se le parezca bastante. Ellos nos dirán cuando aplica y cuando no. Que países son «liberados de déspotas que sometían a sus pueblos» y cuales están siendo «invadidos por tiranos».
Es que si bien estos principios tienen valor, porque incitan a las potencia a hacer de cuenta que los toman en serio, la realidad es que ese valor es escaso y sometido al poder político de turno y propagandístico de la zona.

Vamos al despelote de moda: Ucrania. Kiev sostiene que aliarse a la OTAN es una decisión soberana, Rusia sostiene que tener a la OTAN al lado es una amenaza a su seguridad y por lo tanto no es asunto interno de Ucrania. Rusia no puede más que inferir de forma bastante razonable que Ucrania quiere Crimea (Zelenski evita reconocer la soberanía rusa sobre la península), pero a su vez la OTAN le reconoce a Ucrania soberanía sobre la península, por lo que si esta ingresara a la OTAN y tomara alguna resolución sobre lo que considera su territorio expulsando a los rusos y estos se resistieran, podría invocar la clausula de mutua defensa y tener el apoyo de los monstruosos ejércitos estadounidense y europeos. Rusia se aferra, por supuesto, a que realizó un referendum en Crimea y sus habitantes eligieron pasar a integrar ese país por más de un 95% de los votos, pero Kiev no acepta a la gente de Crimea como «pueblo» por lo que no reconoce esa decisión como soberana, como España no lo hace sobre Cataluña. ¿Qué esto ya es un kilombo? ¡Falta! Entonces los rusoparlantes del este de Ucrania (regiones de Donetsk y Lugansk) se declaran independientes, Rusia los reconoce como países y hace la gran «bahía de cochinos». establecida una cabeza de playa, las nuevas repúblicas le piden ayuda y los nobles rusos avanzan en apoyo de su lucha. Por supuesto, las pretenciones independentistas tampoco están taaaan agarradas de los pelos, toda vez que desde el conflicto de 2014 los paramilitares de ultraderecha pro europeos (esos que tienen como símbolo algo que se parece a unas «SS» pero dicen que es una «N» y una «I» superpuestas) ya no tan paramilitares desde que el gobierno los blanqueó e incorporó a las filas oficiales, van a fondo en modo triple A contra la «subversión» que allá vienen a ser los separatistas, en un incumplimiento de los protocolos de Minsk de 2014 y su revisión de 2015 en los cuales Ucrania se comprometía a trabajar en la integración cultural y política y cesar la persecución a separatistas, amnistía incluida.
Y así, mientras tomo un poco de aire, se puede releer el párrafo anterior y jugar al juego de don «Yotelaexplico» para plantear como sin importar la posición que tomemos somos los únicos y verdaderos defensores de estos principios.
Por eso, cuando un medio (o quien sea) les explique de forma clara y terminante como acá están los buenos y allá los malos, recomiendo fuertemente el ejercicio de imaginación de invertir roles y fabricar pretextos. La más de las veces se termina por percibir que los pretextos propios se parecen muchísimo a las «razones» «claras y terminantes» que nos fueron expuestas.
Por eso, bien haría Argentina en usar su reputación histórica de mediador y gestor de paz para acercar posiciones, política de Estado que sólo fue quebrantada en el último siglo por Galtieri y Menem. Porque Ucrania tiene derecho a la autodeterminación soberana, pero no a que milicias nacionalistas masacren a la parte de la población que no les cae simpática, mismo que esa población, dada semejante fractura, tranquilamente puede proclamarse «pueblo» y mandar a Kiev a freír churros. A lo que, lógicamente, la OTAN dirá que no lo son si acaso desea atacarlos manteniendo las formas.
Moraleja: en relaciones internacionales, cuando alguien te dice que algo es muy simple, casi seguro que está intentando que le creas su versión de la historia y no escuches la otra. Regla de oro: siempre escuchá las dos. Vale para Ucrania, vale para política internacional, vale para la vida. Después no digan que no les avise.
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