1 junio, 2023

Los terceros domingos de junio

A las cosas, situaciones, acciones la humanidad le fue poniendo nombres. No para encasillar, sino para poder comunicarse mejor. Expresar pensamientos de tal forma que el otro tenga una idea más acabada de lo que tenemos en la cabeza. Por Gerardo Cabrera.

No digas nada del día del padre– advirtió mi madre a mi hermano mayor cuando un domingo visitaba a un amigo. –Acordate que es huérfano –agregó.

Lito, un amigo del barrio, de esas siestas de verano que charlábamos sentados en el cordón, nos contaba que solo tenía mamá, porque,
Soy hijo de las nubes del cielo y mi mamá. Y las nubes no bajan ¿viste?
Con Sergio, mi primo, y también vecino, nos mirábamos y reíamos. Sabíamos la verdadera historia de escuchar a nuestros padres. Marcelo, sin embargo, condicionado por su mamá, la almacenera de la esquina, afirmaba:
Si, yo le creo, es hijo de las nubes.

Nuestras piernas cortas se estiraban no muchos centímetros del flamante cordón. Los mayores les contábamos a los más chicos lo que se aprendimos en primer grado.
Las charlas del día después del día de regalos eran simples. Navidades, salir a lucir ropa o juguete. Día del padre o madre contar lo que se había obsequiado. Ese era un momento especial, pues el regalo no se veía como el 25 de diciembre o reyes. Nuestros padres no salían a mostrar sus regalos. Era la ocasión ideal para que nuestra imaginación despegara. Tanto que solo la presencia de un hermano mayor podría arruinar ese momento de inventiva. ¡Qué lindo relatar que le había regalado un auto volador a mi papá! Siempre superaba en algo al “avión a chorro” que Marcelo regalara al suyo.
Pero esos domingos de profusa utopía Lito no estaba. No salía de su casa. La realidad, sin dudas pegaba sobre su corazón. Esa dura, constante e inquebrantable realidad, que no se cambia.

Fueron momentos simples de la vida. Solo debíamos seguir las reglas. Si no había papá, no se hablaba por respeto al hijo con ausencias. Si había papá, se podía hablar. A medida que crecíamos, se moderaba la imaginación. Aquellos que podían regalar algo mejor, callaban por mesura. Aunque nunca faltó el arrogante que rompía la regla no escrita.
Crecimos respetando al otro, sin cargar con culpas de disfrutar nuestra fortuna. ¿Acaso debíamos en nuestra inocencia no obsequiar por una culpa incorrecta, no propia?

Hoy en la verdulería, mientras esperaba mi turno, escucho a la cajera conversar con un cliente.
Ya no es el día del padre. Son días de la familia. No se festeja. Debemos ser inclusivos y entender que existen otras paternidades. Distintas ¿Viste?
Claro, es retrógrado y comercial ese día. –Comentó su interlocutor, que estaba comprando las verduras de la ensalada para el asado del día del padre. – ¿Uds hacen asado?
Sí! ¡A papá le encanta! Para nosotros no es día del padre si no hacemos algo a la parrilla. Vienen mis hermanos con sus familias. Se abren todos los regalos juntos.

La contradicción no me sorprendió. Vivimos en tiempos complejos. La mesura enseñada por nuestras madres ya no parece útil. Se usa la frese de protocolo, como un tipo de hipocresía colectiva. Se es políticamente correcto. Debemos repetir lo que escuchamos y leemos en la TV, radio, internet como introducción. Luego se sigue como siempre. Porque la realidad es de cada uno. Solo la cambia las circunstancias propias de la existencia misma. Los hechos que no controlamos y arrasan como locomotora que viene con la carga de la historia de nuestros progenitores, la nuestra, y de los que nos suceden.

Hace muchos años, en la revista “El Proteño” Jorge Gumier Maier escribía una columna “no soy gay, soy puto”. Seguramente eso inspiró a Carlos Jaúregui, quien fuera presidende de CHA (Comunidad Homosexual Argentina) a contestar en un programa de TV cuando le preguntaron
-¿Como prefieren que le digan, gay, homosexual?
-Puto, dígame puto. Eso soy. –
Era su realidad. Si alguien sabía de llamar las cosas por su nombre era él, y con orgullo. Después de todo el organizó las primeras marchas del orgullo LGTB. Un verdadero defensor de los derechos civiles.

A las cosas, situaciones, acciones la humanidad le fue poniendo nombres. No para encasillar, fue por más simple, poder comunicarse mejor. Expresar pensamientos de tal forma que el otro tenga una idea más acabada o aproximada de lo que tenemos en la cabeza. De cómo relatar la realidad.
Al vacuno macho se lo llamó toro, y a la hembra vaca. Le pudieron poner otros nombres, pero el uso, la costumbre, la fonética, o lo que sea determinó que así sonaran. ¿Está mal? No. ¿Está bien? Tampoco. Son solo nombres. No encasillan ni estigmatizan. Si digo toro, todos saben lo que es, si digo buey, sabrán que es un macho vacuno castrado usualmente usado como animal de fuerza o consumo. ¿Quieren cambiar el nombre? Pues bien, cambiemos la convención de la lengua para una vez acostumbrados, digamos que estigmatiza para volver a cambiarla.

¿Las cosas por su nombre? Al ciego se lo nombra como no vidente, al sordo como hipoacúsico, y caminando por la Ciudad de Buenos Aires se leen carteles con la palabra “BUSES” en lugar de “colectivos”. En una vergonzante actitud hacia las palabras que usamos para comunicarnos. De repente los medios anuncian tener editoras de género que terminan “militando” a los no binarios, que son los que dicen no tener género. Los presentadores en los programas temen decir “felíz día del padre” porque pueden ofender a los “no binaries” Esos que según el partido político que militen dicen «presidenta» pero no «presidento». O pibas, pibes y pibis, en una demostración de que no importa nada más que utilizar un nuevo vocablo para decir que las formas anteriores están mal, que atrasan. Se ufanan de no estudiar, de no prepararse, de que todo lo anterior es malo per sé.
Los que en un entrevero dialéctico, han masculinizado la letra E con la que termina “padre”. Aseveran que la ortografía y la sintaxis resultaron machistas y patriarcales. De repente, en un mismo discurso terminamos escuchando que los varones somos culpables de la paternidad y, quien sabe que designio, o rayo del Olimpo, los mismos psicólogos que hace un quinquenio bregaban por la figura paterna en las pantallas, hoy hablan de un cambio en el rol de las “masculinidades” y un nuevo paradigma de géneros y percepciones. Tal vez porque leyeron demasiado superficialmente la superficial (me permito el pleonasmo) obra de Peter Berger y Thomas Luckman “La construcción social de la realidad”

Si, en casi un millar de palabras armé un entrevero. ¡¿Cómo qué no?! Si me dicen que no puedo festejar lo que siempre festejé porque hay personas que lo ven diferente.
¿Acaso yo no lo veo diferente a ellos? Y no les cancelo nada. Los acepto y me molesta la discriminación de algunos individuos sobre ellos.
Entiendo que otras personas, que ya no están, cometieron injusticias sobre otras personas que tampoco ya están. Si me bautizaron católico, no tengo culpa sobre los abusos de menores de algunos curas. Si nací blanco, no tengo responsabilidad de la esclavitud ejercida por los negreros. Como los mexicanos no son culpables de los sacrificios humanos por cardioectomía que se realizaban en su territorio precolombino. El tren de mi realidad viene cargado con mi historia, no me lo carguen con culpas teóricas ni especulaciones alucinadas.
Vivimos tiempos de aceptación. Las personas que se auto perciben de una manera distinta tienen lugar en la sociedad. Vemos como triunfan en medios y otras profesiones. Tenemos en claro que muchas no. Pero existen miles de existencias que también sufren discriminación. Por su etnia, por su educación formal, por su costumbres, por su ropa, porque le falta un diente.

No seremos más inclusivos negando realidades. Hay hijos esperando obsequiar en el día del padre. Madres que se esmeraron en ayudar a sus hijos. Abuelos que esperan a las dos generaciones.
Algunos que esperamos de esos hijos, los de la biología, los del corazón, los de antes, los de ahora un simple abrazo y beso con esa palabra tan linda que termina en la letra A, papá.

No proyecten su discriminación. Aprendan a ser felices. Aceptemos el tren de la historia del otro, su realidad.
Soy varón, papá y abuelo. No me cancelen. También tengo derecho de ser.

Feliz día del padre.