1 junio, 2023

Mi papá y la circular 1050

Un relato del día del padre

Día del padre. El de papá. Ese hombre tan imperfecto como somos nosotros mismos como padres. Ese al que criticamos, como hoy nos critican nuestros hijos. Pero que con los años aprendemos a encontrarles las cosas positivas y a olvidarnos de las que no nos gustaron.

Mi papá se llamó Ignacio Osvaldo Dionisio. Y este relato es un recuerdo vívido de su persona.

Siempre lo vi como un hombre gigante. Sus dedos gruesos ,duros lo mostraban como lo que fue. Un hombre de campo, de trabajar la tierra. De jóven un domador de caballos. Así recordaba mamá cuando recién casados, en un campito que arrendaban, ella le abría el corral para que papá terminara de amansar el caballo, y por supuesto, mostrarte como el gran macho bravío ante su mujer.

El viejo era todo un galán.

Tenía 30 años cuando se casó. Un veterano para aquellas épocas. Sus estudios eran los de su época en el campo. Tercer grado. Aunque según su propio relato el tercero lo hizo dos veces porque mi abuelo quería que se le fijaran los conocimientos.

La economía que el entendía era básica. Criar algunas vacas, que tengan crías, esperar que crezcan, vender novillos y así. Arar la tierra, sembrar, cosechar, vender. Esto que parece simple y sencillo, tiene algunos bemoles. El clima. Lluvia en exceso o sequía afectan la producción. No siempre se gana. Algunas veces “empatar” es cosa buena. Porque cuando se pierde, un chacarero puede quedarse absolutamente sin nada. Sin las vacas, sin el campo, sin la casa, sin tener de que vivir.

Aunque es algo sencillo y común, a algunos les cuesta entender. Se creen que sembrar perejil a la sombra de un paraíso es un proyecto agrario… pero eso es otro cuento.

Mi mamá fue maestra. Una gran ayuda a la economía familiar. Cuando las cosas no iban tan bien, el sueldo se ocupaba de “parar la olla”.

El primer tractor que tuvo mi papá era un PAMPA mono cilíndrico que le cediera mi abuelo. Para los que no saben de que se trata, era un tractor argentino, con un motor muy poco eficiente nacido de las ruptura de relaciones comerciales con EEUU por parte del gobierno de Perón. Era una copia simplificada de un tractor alemán. Tan eficiente era el aparato que las primeras siembras se terminaron con una Jeep tirando de una sembradora.

Así eran las cosas. El campo alquilado, la maquinaria mediocre, una familia que se iniciaba con el matrimonio de un chacarero y una maestra.

Pasaron los años. Nacieron mis hermanos mayores, yo y mi hermana. En ese orden. De la suceci´n de mi abuelo, mamá recibe un campo. Muy chico. Que si bien se sembraba, se alquilaban otros para subsistir.  La modalidad era, se sacaba un crédito en un banco para semilla y combustible. Con la producción se pagaba el crédito y quedaba algo para vivir. Si la cosa salía mal, el banco se quedaba con el campo.

Hubo un período de tiempo, mientras manejaba, en la vieja camioneta Jeep Gladiator, mi papá me señalaba a algún conocido. Frases del tipo “el banco se le quedó con todo” explicaban el aspecto de esos hombres que habían perdido absolutamente todo. Eran días en que papá y mamá hablaban en secreto. El “lo encontraron muerto”  era un eufemismo que aprendí a entender. Muchos no soportaron la ruina. Eso sucedía en la época de la 1050. Una fatídica circular del Banco Central que indexaba los créditos. En el caso de  mi padre, la garantía de los créditos de producción eran el campo y la casa.

La ejecución de la circular 1050 hizo pobre a mucha gente. Algunos sobrevivientes del rodrigazo de la década anterior, no pudieron soportar la guillotina instalada por un funcionario en un ministerio de economía.

Papá no sabía mucho de economía. Sabía que aunque vendiera todo lo que se tenía, no cubriría los créditos. Que si la cosecha era muy buena, tampoco llegaría a pagarla. Estaba la suerte alejada de nuestro destino. La 1050 nos dejaría en la calle. Sin nada. A pesar de mi maestra de quinto grado que me decía que yo provenía de una “familia de plata porque tienen campos”

Mamá había comprado una máquina de tejer Knitax. Vestimos pullóveres monopunto por décadas.

La leche de campo, los huevos de campo. Los chorizos caseros fueron el paliativo de la mesa.

No pasamos hambre. Pero el péndulo estaba sobre nuestras cabezas, sin saberlo. Solo papá y mamá hablando bajo y en secreto.

Papá con su tercer grado de escuela de campo, un poco por intuición y otro poco por desesperación, hizo algo impensado. Fue al centro del pueblo, así decía él, se presentó en el Banco de Entre Ríos, donde tenía la deuda, y consultó cuanto era el monto total para saldarla. Luego fue al banco Nación (o viceversa) y pidió un préstamo. Con este último saldó el primero.

Obviamente la deuda era mas grande. Pero en aquellos días, los gerentes de bancos tomaban decisiones en base a carpetas de clientes en sucursal. No existían Veráz ni sistemas cruzados de información. Uno era buen o mal cliente de ese banco en esa sucursal. ¡Bendita prehistoria sin internet!

Así, viviendo una ciudad chica, donde la gente se conoce y habla, mi papá totalmente quebrado, fundido y sin capital para salir adelante y cubrir las deudas, comenzó a batallar contra la economía destructora del trabajo, con las armas de las habladurías de pueblo chico y el secreto guardado por los gerentes de bancos sobre sus preciados clientes.

Mi papá, sin plata y sin deudas cambió su camioneta por una mas nueva. Con un préstamo. Consiguió un campo mas grande para sembrar a porcentaje. El combustible, la semilla y el tractor nuevo a crédito.

Cada jueves, en un club durante décadas se reunía con amigos y conocidos a jugar a las bochas. Allí lo apodaron “caballo loco”. Hacendados, comerciantes (grandes, pequeños y diminutos) el obispo, maestros, empleados, abogados, algún escribano y varios especímenes mas eran la troup que lo acompañaban. Allí, con la indiscreción propia del vino de los asados todos se interrogaban sobre las finanzas. Papá contaba lo que estaba por sembrar, el tractor, el arado nuevo y lo bien que andaba la caminoneta F100.

Nadie sabía que yo lo escuchaba durante toda la noche tamborilear  con sus gruesos dedos el jergón de su cama. Literalmente no dormía. La angustia del abismo de perderlo todo lo mantenía en vilo.

Durante ese tiempo, su humor era muy malo. Mirando hacia atrás hoy lo entiendo.

 Pasó el tiempo. Papá saltaba de banco en banco. Nadie, salvo mamá sabía lo que sucedía.

Las consecuencias de la 1050 seguía dejando víctimas entre la gente de trabajo. Aunque a algunos especuladores los hizo ricos.

La tormenta de la indexación pasó. Pero las deudas eran inmensas. En la estancia a porcentaje el lino crecía, era una buen rinde. Con la cosecha, se fue liquidando el prestamo. El rinde (rendimiento por hectárea) fue el mejor en décadas. La última cuota del crédito la pagó mi hermano mayor. Mi papá y mamá estaban de vacaciones en el motorhome de un amigo.

Todo el esfuerzo y ganancias se los llevó el banco. No pudo quedarse con el campito ni la casa.

Mi papá se llamó Ignacio Osvaldo Dionisio. Se casó con Yolanda Olga Esther. Tuvieron cuatro hijos. Y con solo tercer grado le ganó a unos economistas que nada sabían de trabajo.

Papá, allá donde estés, que tengas un feliz día del padre.