Pero olvida V. que, cuando en 1857, el partido federal se nos presentó imponente en la lucha, y los ánimos más fuertes vacilaron y dudaron del porvenir de la república, V. fue de los desfallecidos que nos propusieron por remedio la separación absoluta de Buenos Aires, constituido en República del Plata”
Fuente: (Mitre, 1897: 48)
“Si Mitre hubiera muerto sesenta años antes, nos hubiera ahorrado muchas vidas y sacrificios… y la historia sería otra…”
Anónimo
Debo reconocer que Don Bartolo no es un personaje de mi agrado. Tengo mis fundamentos, los que iré exponiendo, después de leer, curiosear y sumergirme en muchas páginas y sitios web y ese antro que representa el ciberespacio, tratando de obviar lugares comunes como Wikipedia o “Rincón del Vago”, perdón por no ir a esos sitios populares y querer mantener cierto nivel “académico” o intelectual, pero quiero, por, sobre todo, llevarlos a espacios de lectura en donde puedan encontrar algo más que un chismerío barato –tampoco hagamos de este lugar un antro similar a “Indiscreciones”, no, por favor… aunque deba reconocer que me gustaba el tema de Barry White-, en donde se mezcla la tilinguería y el lawfare, para destrozar a un personaje que ha sido nefasto para la historia argenta, pero que aún hoy sigue ocupando su nombre las calles, clubes, plazas y demás espacios públicos, sin tener en cuenta que eso se debe, porque fue el mismo Mitre quien hizo posible convertir a “su historia” en parte misma y sustancial de la historia del país.
No por nada existe una “Escuela Mitrista” en lo que corresponde a la historiografía, en donde cayeron hechizados por los cantos de sirenas, todas las vertientes políticas del país, desde la derecha católica y recalcitrante hasta la izquierda más combativa, que se dejó llevar por lo escrito por Don Bartolo como la única verdad posible sobre nuestro pasado.
Quizás los únicos que fueron resistiendo –y hasta por ahí nomás- fueron los historiadores revisionistas, que buscaron ser ecuánimes con sus investigaciones, que generalmente se contrapropusieron a las de la escuela mitrista.
Por eso, este espacio, que se irá desarrollando en varios capítulos, hasta que la paciencia de l@s lectores me soporte, tratará de llevar un poco de claridad –no digo luz, porque eso es para los “ilustrados” o los “iluminados” por la civilización, generalmente arrastrados por el servilismo probritánico, del cual no me considero parte. Ni por ser un ilustrado y mucho menos, por ser un historiador… ya lo digo en mi CV, soy un curioso que anda robando historias por ahí, tratando de dejar un dato que los haga pensar… con el objetivo de mover alguna estantería o neurona y volver a los lectores algo más curiosos o que por lo menos tengan un tema por el cual pelearse o polemizar, cuando pasados de copas, no tengan otro tema del que hablar…
Se dice que Bartolomé Mitre era argentino de casualidad, era hijo de una modesta familia uruguaya nació accidentalmente en Buenos Aires. Como militar se destacó porque aun contando con fuerzas superiores, nunca ganó una batalla. Como político, su ascenso fue paralelo con el que hizo en la masonería. Como historiador contó y ocultó lo que le convino, cuando no, lo ajustó según su conveniencia y pensamiento político… de ahí que idolatre a Rivadavia y construyera un Mariano Moreno más cercano a la Revista Billiken, que a lo jacobino que en realidad fue con su Plan de Operaciones.
Existe de su niñez-adolescencia una anécdota que dice que a los 14 años Bartolomé comienza a trabajar en una de las estancias de Rosas, “El Rincón de López”, regenteada por Gervasio Rosas, hermano del restaurador. El joven Mitre no logra adaptarse a la férrea disciplina de la estancia y es devuelto por Rosas a su padre con estas palabras: “Dígale a Don Ambrosio que aquí le devuelvo a este caballerito, que no sirve ni servirá para nada, porque cuando encuentra una sombrilla se baja del caballo y se pone a leer”.
Durante la época de Rosas se dedicó a la literatura periodística defendiendo los argumentos unitarios, desde Montevideo, sin cruzar el charco; participó durante la batalla de Obligado, pero no como soldado sino como observador, pero tampoco lo hizo desde las baterías de Obligado ni de tierra firme, sino desde los buques ingleses que violaban la soberanía nacional… de ahí es que fuera apodado por Carlos Saavedra Lamas como «El grumete». No por nada, el mismísimo Sarmiento “justificaría” su accionar por la causa antirosista de la manera más cruel, pero sincera:
“Los que cometieron aquel delito de leso americanismo (apoyar la invasión francesa), los que se echaron en brazos de la Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, sus hábitos e ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes, en una palabra, ¡fuimos nosotros! … Somos traidores a la causa americana, española, absolutista, bárbara… De eso se trata, de ser o no ser salvajes…” (1)
Apareció en Buenos Aires después de Caseros henchido de ideas liberales y patrioterismo. Su pluma hábil y sus discursos, su pálida figura flaca y alta -hace que Justo José de Urquiza, vencedor de Rosas en Caseros lo apode “El Tísico”-, su traje de gabardina inglesa, su barba y melena larga le dieron cierto renombre de joven romántico, una especie de Don Quijote adaptado al Buenos Aires de la época, que provocó la adhesión y admiración de los jóvenes románticos que festejaban sus discursos ampulosos y lo acompañaban hasta su casa vitoreándolo, creyéndolo además un glorioso militar, sin su debida oportunidad hasta el momento. La búsqueda de gestas heroicas como pedestal para su política de charlatanes lo llevo buscar glorias que nunca obtuvo, y a perder a mano de un minúsculo grupo de indios mal armados, que con la tercera parte de las fuerzas en Sierra Chica le comieron hasta los caballos.
Coronel artillero y amante de las culturas foráneas, estudiaba las tácticas y estrategias de guerra científicas que se aplicaban en Europa, pero no daban resultados en estas pampas salvajes. Iluso, se veía a sí mismo como una especie de genial estratega al estilo de Napoleón o Carlomagno. Incapaz en el campo de batalla… “(…) y sin embargo, si hubiera la Argentina de tener una guerra, haría bien en confiarle á Mitre el mando del ejército; pero con la condición indispensable que se había de ir lejos, muy lejos de sus soldados, á hacer versos, el día temible del encuentro, porque es sabido que á Mitre no se le ocurre nada en el campo de batalla!” (2) diría D’Amico, oficial porteño.

Pero dotado de un optimismo enfermizo lo hacía avanzar en el campo de batalla “hacia ningún lado”, como cuando las tropas enemigas se le habían esfumado en Cepeda y su terquedad no le dejaba ver que estaba totalmente derrotado, casi solo, de noche en el medio del campo y totalmente rodeado por un enemigo que le daba la oportunidad de escabullirse. Escarmentado en todas las batallas que participó y más predispuesto a salvar el pellejo que a arriesgarlo lo llevaba a disparar antes de tiempo, como en Pavón cuando Urquiza le «regalaba» el campo de batalla y la victoria. “No dispare general, que ha ganado” diría el parte que lo alcanzaba en su huida furtiva, para enterarlo de la realidad… “(…) Batalla ganada, general perdido…” dijo el viejo Vélez, apenas conoció los detalles del hecho de armas, y á fe que tuvo razón en el concepto de todos los entendidos en actos de guerra…” (3)
“(…) Empezó á mandar en jefe durante los diez años de guerra entre Buenos Aires y la Confederación; y en ese carácter fué su debut correr unas partidas Montoneras en el Arroyo del Medio; él mandaba caballería de línea e infantería de la misma clase bien montada. Los Montoneros eran milicianos recogidos el día antes. No hubo batalla, ni combate. Los Montoneros huyeron, Mitre mejor montado los persiguió, pasó la frontera, los alcanzó en la Laguna Cardoso completamente descuidados porque no sospechaban que teniendo acordada la paz con la Confederación, pasaría el arroyo fronterizo; se rindieron; ¡fusiló sin piedad a todos de sargento arriba!
Un coronel Bustos levantó junto con otro coronel Costa una Montonera a las puertas de Buenos Aires. Mitre con tropas escogidas los rodeó en la estancia de Villamayor. Se rindieron. Fusiló de cabo arriba todo lo que cayó en sus manos.
Fué muy festejado por estos triunfos, y hasta se le dió un gran banquete en el Club del Progreso; pero ellos no tienen mérito alguno por la enorme desproporción en la clase y número de las fuerzas…” (4)
Durante la época de Rosas, prácticamente se habían terminado los malones, o se reducían a pillajes sin importancia, por los tratos que Rosas había hecho con los indios en 1833, entregándole mercaderías, yerba y caballos. Después de Caseros no se mantuvieron los acuerdos, y los indios reanudaron los malones, amenazando Bahía Blanca, 25 de Mayo, etc. Entre los caciques estaba Catriel y Payné, comandados por Calfucurá. Pero la cuestión había cambiado una vez desaparecido El Restaurador y los indios habían empezado a “hacer de las suyas” contra la población “blanca”; y entonces… ¿Quién mejor que Mitre para darle un escarmiento a esos indios ignorantes que andaban maloneando en la campaña de Buenos Aires? ¿acaso no había ido Rosas en 1833 hasta Choele-Choel y Neuquén?

En Buenos Aires la juventud liberal lo despide con un banquete, (como corresponde), donde Mitre promete “exterminar a los bárbaros”; allá va entonces Mitre al frente de más de 900 hombres de infantería, caballería y dos piezas de artillería, pero al llegar a las proximidades de Sierra Chica, se topa con Catriel y Calfucurá al frente de 500 indios, que le aniquilan la infantería, le toman la artillería y le desbandan la caballería. El Tísico y el resto de la tropa que le quedaba apenas pudo salvar el pellejo trepando a la Sierra Chica, inaccesible para la caballería. Los salvó la policía de Tandil que los socorrió y les abrió una vía de escape (se volvieron de a pie). Es curiosa la táctica de Mitre, que sale de Buenos Aires como “caballería” pero regresa como “infantería”. No obstante, esta derrota vergonzosa, Mitre llega a Buenos Aires donde es agasajado por Sarmiento en un banquete (como corresponde), donde Mitre dice otra de sus frases célebres (como corresponde) “El desierto es inconquistable”.
Mitre disimuló públicamente esta derrota vergonzosa, aunque en los partes no pudo disimular (porque siempre hay algunos testigos) y el 12 de junio le informa a Obligado: “Para ocultar la vergüenza de nuestra armas (la vergüenza de Mitre será) he debido decir que la fuerza de Calfucurá ascendía a 600, aún cuando toda ella no alcanzase a 500; así como he dicho que la División del Centro no pasaba de 600, aún cuando tuviese más de 900, dos piezas de artillería y 30 infantes el día que tuvo lugar su encuentro en el que Calfucurá debió quedar destruido… He dicho también que, por falta de caballos, pero debo declarar a usted confidencialmente que ese día los tenía regulares… Hasta ahora sabíamos que era un buen partido un cristiano contra dos indios, pero he aquí que ha habido quien haya encontrado desventajoso entre dos cristianos contra un indio”. (5)
Leyendo cuidadosamente las palabras del parte, y tomadas como de quien vienen, podemos deducir que los indios eran 250, las tropas 1800, la infantería 60 y las piezas de artillería cuatro. Y con jefes como ese, un buen partido era por lo menos cuatro contra uno. Respecto a los caballos, efectivamente ese día los “tenía regulares”… ¡cuando los tenia faltantes fue el día siguiente! y fue pura y exclusiva responsabilidad del “general de los banquetes”, Don Bartolo… por eso no voy a quedarme solo con una visión, así que presentaré otra, para que no queden dudas, o por lo menos, las dudas no sean tan espantosas como la de Mitre al mando de un ejército…!

“(…) La, primera campaña seria que hizo Mitre fué contra los indios, siendo Ministro de Gobierno. Comprendió que su popularidad crecería enormemente si peleaba y acorralaba á los indios del Sud, que por causa de las discordias civiles se habían ensoberbecido, invadían con demasiada frecuencia, ahuyentaban á los pobladores, y saqueaban las estancias, aun las situadas muy adentro de la línea de fronteras.
Se hizo cargo de una expedición de las tres armas, compuesta de todas las tropas de línea que existían entonces, y de toda la Guardia Nacional de las fronteras del Tandil, Azul, Bragado, Junín y Rojas.
Cuando todo estuvo listo salió con gran ostentación: á caballo por las piedras de la ciudad, seguido de numeroso
Estado Mayor, al galope, para que todos los vecinos sintiesen el tropel semejante al trueno, y recordasen que en documento solemne había respondido hasta de la última cola de vaca del Sud de la Provincia. Llegó al Azul; organizó muy bien su pequeño ejército; levantó el espíritu de sus tropas asegurándoles una fácil victoria, y se puso en marcha para la Blanca Grande, enorme laguna á pocas leguas del Azul, donde decían que» los indios estaban acampados. Pernoctó en la falda de Sierra Chica, pequeña eminencia de granito, donde hoy está situada la Penitenciaría de su nombre.
A la madrugada siguiente los indios se presentaron; se dió el combate, y el resultado fué que los bárbaros, armados únicamente de lanza derrotaron completamente al ejército de Mitre, superior en número y de las tres armas, le quitaron todas las caballadas y los cañones, le dispersaron totalmente la caballería, y no lo tomaron prisionero á él y á todos sus infantes, porque instintivamente los batallones se refugiaron sobre la Sierra, á donde era imposible que subieran los indios á caballo. Mitre á la noche huyó al Azul, dejó allí á sus infantes, y apresuradamente volvió á Buenos Aires…
Esta es la única vez que tropas regulares han sido vencidas por los indios. Con ellos nunca habían podido pelear fuerzas de las tres armas, porque los indios huían siempre que veían infantería y artillería…
(…) Mitre daba de cuando en cuando orden de buscar á los indios en sus tolderías, para que las divisiones expedicionarias se perdiesen, y la Pampa, áumentando sus misterios con la soledad, se tornase en la región pavorosa que devolvía siempre hechos pedazos á los soldados…” (6)
Incapaz de matar una gallina con un cañón, era capaz de cazar dos leones con la charla, hacerlos pelear entre si hasta quedar extenuados y convencer al ganador que se sometiese manso, a sus concejos. Vencido en los campos de batalla era capaz de transformar las derrotas en triunfos o en “heroicas retiradas”, buscar chivos expiatorios (Alsina) y volverse sobre el vencedor (Urquiza) y halagarlo hasta someterlo enredado en su política y su palabrerío (a Urquiza, lo llamará el “Washington de la América del Sur” para sobrealimentar su ego).
Seguimos la próxima… con más andanzas de Don Bartolo…
Notas: (Se respeta la ortografía original de las fuentes)
- Sarmiento, Domingo Faustino: «Facundo», Eudeba, Bs. As., 1967, p. 235
- Martínez, Carlos; Buenos Aires. Su naturaleza y sus costumbres. Observaciones de un viajero desocupado”; México; Ed. Tipografía de Aguilar e hijos; 1890; página 164
- Ídem; página 164
- Ídem; páginas 117 y 118
- Scobie, James; “La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina. 1852 – 1862”; Editorial Hachette; 1979; JMR. Tomo VI; página 151
- Martínez, Carlos; Buenos Aires. Su naturaleza y sus costumbres. Observaciones de un viajero desocupado”; México; Ed. Tipografía de Aguilar e hijos; 1890; páginas 120 y 124



Más historias
López Jordán y la Batalla de Concepción del Uruguay
Mi voto en noviembre
¿Encontramos el límite?