Una tarde demasiado calurosa, todo parecía ser normal. La estación del año que tanto le gustaba a Olivia, hoy era el infierno mundano para muchos.
Para Olivia la normalidad es un lujo muy vulgar, pero aprendió a vivir atrapada en el sistema casi encajando en la sociedad.
Una tormenta de verano se desató con furia, la lluvia se volvió demasiado intensa. No había voluntad en el viento para empujar las nubes cargadas hacia el río.
Olivia se sentía abrumada, inquieta, la proximidad de la Navidad agitaba su rebeldía como si eso estuviera ligado a la decadencia de su fe.
Tenía una terrible necesidad de contar, de contarle a todos incluso a mí, que extraño suceso la agobiaba hasta dejarla en ese estado. Yo la conozco demasiado a Olivia, de tanto mirarla desde el espejo.
Sus ojos están vacíos hoy, el pasado se le volvió presente. Hoy no extraña el amor, ni a su propia historia, ni a los ojos verde oliva. La conmueve hoy la injusticia, el desequilibrio del mundo, la desigualdad de las fuerzas.
Los buenos son siempre más y triunfan, le solía decir su abuela, Olivia no puede sostener esa afirmación. El mal está representado por muchos menos, pero crece su poder cada día, ella descubrió que no alcanza con la magia, ni con el amor.
Para destruir a la maldad hace falta mucho más que un cuento de hadas o un poco de ternura, hace falta un grito de sublevación, un levantamiento de las almas, un paso adelante, hacen falta manos y mentes dispuestas a pelear para reestablecer el equilibrio.
Su poderosa e ingobernable intuición casi nunca era desacertada. Las nubes tapaban más que el cielo. Olivia veía la maldad, la percibía. No era en vano realmente sentirse tan abrumada. La muerte rondaba el aire haciéndolo más espeso aún. Ella no era feliz al descubrirla dando vueltas por el barrio.
Olivia está cansada hoy, su voz no tiene fuerza, sus ojos están vacíos y sus manos ya no saben rezar.
Desde algún lugar llegará la señal, piensa Olivia, de algún lugar desde donde los hombres y mujeres de bien, comenzarán a marchar. Debe haber hombres y mujeres de buena voluntad dispuestos al sacrificio para que el mundo sea un lugar más ameno y menos oscuro.
Al final la fe no es cuestión de religión, es una cuestión de supervivencia.
Olivia no duerme hoy, Olivia se siente realmente cansada, se acurruca en su sillón escuchando el paso del tren



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