9 diciembre, 2023

Política “golosa”

No, no tomé alcohol en gel antes de poner el título ni estoy sumándome a ningún chiste misándrico sobre Tolosa Paz sino que quiero hablarles hoy (bah, escribirles) sobre una de esas cosas que estudiamos los informáticos mientras todo el mundo cree, erróneamente, que nos enseñan a hacer andar bien los celus o la compu de papá/mamá. Algo que aplica a nuestras vidas cotidianas y el desarrollo de nuestra sociedad quizás sin que siquiera lo notemos: los algoritmos «greedy», que literamente se traduce como «ambicioso», «codicioso» o «avaro» pero en la literatura especializada son llamados en español (quien sabe por que) «golosos».

Ante todo, por si alguien no lo sabe, un algoritmo es una secuencia de pasos ordenada para resolver un problema (que los colegas me permitan la licencia que me tomo al simplificar el concepto). Aclarado eso, los algoritmos golosos son los que siguen una estrategia particular para resolver el problema: toman siempre la decisión inmediata que consideran óptima. De allí su nombre, dado que no contemplan las consecuencias a futuro de su decisión y actúan con una especie de ansiedad, gula o ambición de tomar lo mejor que tienen a su alcance en cada momento y aferrarse a ello como Rose a la puerta del Titanic.

Veamos como sería la idea con un ejemplo: un grupo de chicos arma un picadito de fútbol, para armar los equipos dos chicos usan el método de «pan y queso» (también llamado «la pisadita»), se paran a cierta distancia y ponen por turnos un pie delante del otro, el que pise al otro elige a un jugador cualquiera (exceptuando al otro capitán) y a partir de allí es uno y uno hasta que los jugadores están en un equipo. Acá la estrategia greedy funciona muy bien, elegir en cada paso al mejor jugador disponible para complementar a los que ya se tiene si bien no garantiza* un resultado (equipo) óptimo si garantiza uno bastante bueno.

¡Excelente! ¡Hagamos siempre eso entonces! Peeero…. hay problemas para los que esa estrategia puede llegar a funcional mal, incluso, como se dice en matemática «tan mal como uno quiera» haciendo referencia a que no sólo el resultado no garantiza ser el ideal, sino que ni siquiera se puede acotar por cuanto le erra. O sea, puede funcionar verdaderamente mal.
Un ejemplo: queremos ir de Ushuaia a la Quiaca pasando por una serie de atracciones turísticas y sin perdernos ninguna. Para que el viaje nos sea lo más barato posible decidimos que empezaremos en una atracción y que tras visitarla elegiremos aquella a la que nos sea más cercana y así hasta recorrer todas. ¿parece una buena idea, no? Bueno, no lo es. Imaginen que nos sucede que mientras recorremos la Patagonia llegamos a un punto donde a 100km al este tenemos uno de los puntos a visitar y 80km al oeste otro. Como buscamos el más cercano, vamos al oeste, pero una vez allí tenemos un punto de interés 150km al norte, bastante menos que los 180km a los que nos quedó la opción que descartamos, y así, decisión tras decisión llegamos a la Quiaca y el único punto que nos queda por visitar es esa atracción patagónica que ahora está a un par de miles de kilómetros. Claramente ese desvío de 200km era la mejor decisión respecto al resultado final, así en lo inmediato no lo pareciera.


«Camilo, ¿qué tiene que ver esto con la política?» preguntará ya alguien. Claramente nada. Simplemente era importante para el presente que quien lee entienda el concepto, y los ejemplos políticos generan más resistencia que los picados de fútbol o los viajes turísticos. Vamos entonces al hueso del asunto.

Desde hace ya bastante tiempo el marketing pólítico está en auge, ya es muy raro que las estrategias de campaña surjan puramente de una asamblea o reunión militante, se contratan consultoras que establecen las estrategias, la imagen de las personas candidateadas, etc, etc, etc. Tal y como vaticinaba un amigo (al que, dependiendo de donde están leyendo esto, probablemente conozcan) hace un par de décadas: te arman el acto de lanzamiento, el «asado de la amistad», la foto con los vecinos, etc, etc. Parece buena idea: gente profesional especializada en leer el humor del consumidor y establecer estrategias para maximizar su aceptación del producto/candidato/a. Peeero… Hay un dicho en informática que dice «el cliente no te dirá lo que quiere hasta que le des lo que te pidió» y resulta ser que lo que se le pide a los equipos de marketing es votos. ¿Ya olfatean por donde viene el asunto? Intentar ganar cada elección por la mayor diferencia posible no es ni más ni menos que un algoritmo greedy. Surge entonces la pregunta: ok, pero ¿funciona bastante bien como el «pan y queso», óptimo como el problema de ordenar números tomando siempre el menor disponible, o potencialmente muy mal como el viaje turístico? (que dicho sea de paso, en la bibliografía se conoce como TSP, por las siglas en inglés de «problema del viajante de comercio») ¿Ya lo dedujeron/adivinaron? Si, el presente artículo existe justamente porque funciona tan mal como el viaje, o sea, potencialmente tan mal como pueda ser concebible.

Antes de seguir es importante quizás mencionar que algunos algoritmos que resuelven eficientemente el problema del viajante de comercio tienen enfoques muchas veces greedy pero complementan esta técnica con pasos de control no greedy que intentan asegurarse que no nos desviemos demasiado de un punto que queremos visitar. De esa forma se intenta acotar el margen de error. Sépase también que el el problema del viajante de comercio no tiene una solución óptima y eficiente conocida, o sea, es un problema abierto de la informática. Si lo resuelven avisen, nos llenamos de plata.

Prosigamos. ¿Por qué digo que funciona mal? Resulta que toda fuerza política suele desear no sólo el siguiente mandato, sino mantener su hegemonía. O sea, no sólo ganar la próxima elección sino la siguiente y la siguiente. Optan por enfoques greedy bajo la percepción de que si ganan tendrán poder y eso les facilitará la próxima. Pero ¿qué pasa si no sólo no ganan sino que la alianza o programa elegido para maximizar los votos ganó rechazos irreconciliables en la población que quizás hubiera apoyado si se seguían otras estrategias? ¿Y si pasa lo mismo y se gana? Bueno, en ambos casos hay un indicador escondido (porque no se ve en las urnas) que es el rechazo social. Es de lo que hablan las encuestas cuando mencionan el «techo» de los candidatos y por supuesto se puede trabajar en mejorarlo, pero eso rara vez se hace salvo cuando ese techo limita la elección inmediata, y en muchos casos para ese entonces es tan tarde como lo era para decidir volver de la Quiaca a la Patagonia. Para empeorar las cosas, si todas las fuerzas políticas toman estrategias similares (hablo de enfocarse meramente en ganar elecciones) esa acumulación de rechazos a fuerzas particulares rechazo puede generar un rechazo general al sistema democrático y/o una pérdida de confianza en él, lo que es mucho más peligroso porque dado que esa gente tampoco avala al rival, disminuir su descontento nunca es prioridad en un contexto electoral, dado que viste desde lo inmediato, desde lo «greedy» un voto que no es ni mío ni de mi rival, importa poco… hasta que el rechazo es tal que se consolida en alguna figura nueva (en general bizarra) y se da un efecto Trump/Bolsonaro o cualquier otra figura potencialemnte tan alejada del ideal de la fuerza que perdió paulatinamente poder como sea imaginable.

Resumiendo, dado el problema de construir un país acorde a los propios ideales, intentar ganar elección tras elección a como de lugar es una estrategia abierta a la posibilidad de terminar construyendo un país tan alejado de los propios ideales como sea concebible e incluso abiertamente propensa a desfigurar esos ideales tanto como sea imaginable, toda vez que el problema político tiende a ser pendular y seguir a las mayorías (al péndulo) suele ser una muy mala estrategia dado que ese constante cambio de ideales hace que tras un ciclo del péndulo nadie sienta que esa fuerza es sincera o coherente.

Por suerte ha habido políticos capaces de anticipar en mayor o menor medida estas cuestiones, por desgracia no son muchos. «Que se pierdan mil presidencias pero se salven los principios» dijo Yrigoyen unos 80 años antes de que Alfonsín dijera que si la sociedad se derechizara su fuerza debería acostumbrarse a perder elecciones pero nunca a derechizarse. Dejo a criterio de quien lee si hay algún o alguna política contemporánea/o con una visión similar. En la humilde opinión de quien escribe, si así fuera no viviríamos el proceso que estamos viviendo como país. La alternativa (siempre las hay) es que el pueblo tome conciencia, porque si el pueblo lo hace, el propio algoritmo greedy llevará a la clase** política a hacer lo propio …así más no sea para ganar elecciones.

*No garantiza porque si, por ejemplo, el rival empieza eligiendo un buen arquero, así la mejor opción inmediata fuera otro buen arquero disponible, si ese arquero es mal jugador muy probablemente esté disponible en el próximo turno, por lo que sería mejor elegir al mejor jugador de campo y postergar al arquero un poco.


**No uso la palabra «clase» a la ligera, matemática (y sospecho que también socialmente) una clase es el resultado de aplicar una relación de equivalencia, lo que resumiendo brutalmente implica que se divide la sociedad (o lo que sea) en grupos donde pertenecer a uno implica no pertenecer al resto, por lo que cuando hablo de «clase política» digo ni más ni menos que «la gente que por estar en la arena de la disputa política ya ha perdido pertenencia a ningún otro estrato social».

About Author