1 junio, 2023

Por una cabeza…

De la decapitación de reyes, pasando por los que se autoperciben súbditos británicos, para finalizar con los Sex Pistols. La nueva columna del profe Ariel Núñez.

La cabeza del enemigo fue, es y será el trofeo más preciado que se puede tener de un adversario. No solo implica una posesión simbólica del alma del vencido; su cabeza da legitimidad a la victoria, convirtiéndose en una innegable evidencia de supremacía del vencedor…”

Como se sabe, la decapitación fue el método más efectivo para castigar a los monarcas derrocados, o aquellos que querían llegar a lucir una corona sobre su testa, pero terminaban sin ella… también eran víctimas de esta técnica milenaria de castigo las mujeres que rodeaban la corte o alcoba de los reyes, príncipes y demás nobles que de un momento a otro perdían “el favor del monarca”. Generalmente sus cabezas eran lucidas en plazas o lugares públicos, sobre picas… también algunas terminaron en el atrio de una iglesia, para escarmiento de los fieles temerosos de Dios y obviamente del verdugo.

Pero la decapitación no era un proceso fácil, requería de fuerza y precisión en el golpe, para evitar prolongadas y dolorosas agonías, para lo cual, dicho trabajo era hasta una cuestión familiar, que se heredaba de generación en generación, se podría decir que se hacía con cierto orgullo.

Pero también tenía sus contras, porque muchas veces los enemigos del infortunado y futuro decapitado, aprovechaban sus contactos y emborrachaban al verdugo, para que no sea tan efectivo en sus golpes e hiciera la “faena” en varios golpes, para sufrimiento del condenado y sus allegados, pero para festejo y griterío cuasi futbolero de los que observaban tal espectáculo.

En otras ocasiones, los familiares poderosos de los condenados, repartían hasta las últimas posesiones de quien sería decapitado entre los verdugos para acrecentar la puntería de éstos en el golpe certero que acabaría con puntería y contundencia con el golpe final.

Tomás Moro y Enrique VIII de Inglaterra tenían una buena relación hasta que Enrique quiso divorciarse de Catalina, hija de los Reyes Católicos de España. Tomás Moro era un católico devoto y no quiso reconocer el divorcio forzado de sus reyes. A partir de ahí Enrique tomó rencor hasta que terminó ejecutando a Tomás Moro el 6 de julio de 1535. Quien una vez condenado al patíbulo y mientras esperaba su ejecución, le dijo a los espectadores que se habían juntado para el espectáculo “The King´s good servant, but God´s first” (Buen servidor del Rey, pero primero de Dios”).

María Estuardo, reina de Escocia, que había conspirado contra Isabel I de Inglaterra -apodada “la reina virgen”, fue última monarca de la dinastía Tudor-, necesitó 3 golpes para que su cabeza se desprendiera de su cuerpo, en el Castillo de Fotheringhay el 8 de febrero de 1587. El primer golpe fue desacertado y solo rozó parte de su cuello. El segundo, no consiguió cortar del todo la cabeza, quedaban unos tendones que unían rostro y cuerpo. Tuvieron que recurrir a un hacha para completar la ejecución. Las malas lenguas cuentan que el verdugo levantó la cabeza, gritando: Dios salve a la reina. La estaba agarrando del pelo cuando la cabeza cayó. María llevaba una peluca y su cabeza comenzó a rodar por el suelo. Tenía el pelo corto y gris, ya no era esa reina pelirroja que había ostentado dos tronos a la vez.

ADVERTENCIA:Momento Revista Hola

Cuando Oliver Cromwell ordenó decapitar al vencido Rey Carlos I de Inglaterra (si… si… me sumo a la marea enloquecida cual turba en CyberMonday o Previaje, a la fiebre de la moda por la monarquía inglesa, pero advierto que no lo hago desde el lado de aquellos que cuan hijos putativos del “mitrismo protorivadaviano” –acabo de fundar una nueva corriente histórica, perdón a todos mis colegas por las licencias que me tomo a tal fin-, están llorando la pérdida de su “querida Reina Madre”, como lo hizo el plagiador devenido a ¿humorista? Nik, o algún exministro de educación, que lamentan la partida de “Su Reina”…) en un frío día de enero de 1649, quien pidió otra camisa para ponerse, momentos antes que su cabeza termine separada de su cuerpo: y que la multitud pensara que temblaba de miedo: «La estación es tan aguda que probablemente puede hacer temblar, lo que algunos observadores pueden imaginar que procede del miedo». A la muerte de Carlos -que no recibiría honores en su entierro-, el país se convirtió en una república, se abolió el título y el cargo de la monarquía (pero no en Escocia), se suprimió la Cámara de los Lores, se reformó la Iglesia Anglicana, e incluso las joyas de la Corona británica se disolvieron y vendieron. Escocia permaneció fiel a la corona, y el hijo mayor de Carlos I fue, por derecho de nacimiento, su futuro rey, Carlos II… (el antecesor en nombre del exmarido de Lady Di… Listo, fin del capítulo dedicado a la Revista Hola…)

Pero cuidado, que a don Oliver Cromwell (Oliverio “pa´los amigos”) tampoco le fue tan bien, incluso cuando ya estaba muerto, bien muerto… porque al pobre “Lord Protector” de la efímera República Inglesa, le hicieron un juicio “post mortem”, fue “ejecutado” varios meses después de muerto. Desenterraron su cadáver y lo colgaron de cadenas, a la vista de todos, antes de separar la cabeza del cuerpo. Después arrojaron el tronco y las extremidades a un pozo; la cabeza fue exhibida en la punta de una estaca, como tétrica reliquia de una época volcánica, la del ascenso de un hombre cuyo mesiánico carisma había interrumpido ochocientos años de gobiernos monárquicos en Inglaterra. Por lo visto no estaba bien eso de meterse a cuestionar el sistema monárquico inglés, y mucho menos querer dejar sin cabeza a miembros de la familia real…

Se dice que varios días después de estar en exhibición, la cabeza rodó hasta los pies de un guardia, quien decidió llevársela como recuerdo, reapareciendo años después, en 1787, con pica incluida para ser adquirida por una tal Wilkinson, quien la utilizaba como “carta de presentación” a las recepciones y ágapes a los que era invitado, sin contar que había adquirido por 230 libras. Recién años después, el nieto de Wilkinson devolvería la cabeza y su pica al Colegio Sidney Sussex de Cambridge, donde había estudiado el infortunado Oliverio, para ser sepultada en un lugar desconocido y así no tentar a los descendientes de los irlandeses que habían sido víctimas de sus andanzas, en donde casi 3.000 irlandeses fueron pasados a cuchillo por los hombres del Lord Protector Cromwell, que con el tiempo adopto el modo de vida de un rey. Estableció una corte no muy diferente a la de los Estuardo, una corte que diplomáticos extranjeros describieron como impresionante y casó a sus dos hijas pequeñas en ceremonias grandilocuentes celebradas en el palacio de Whitehall y seguidas de fiestas como las que habían sido típicas de las bodas reales, con bailes, obras teatrales escritas para la ocasión, disfraces y demás entretenimientos cortesanos. Mary Cromwell, de dieciocho años, fue desposada por Thomas Belasyse, un joven oficial amigo de Cromwell, a quien este, olvidando sus antiguos reparos hacia la alta aristocracia, ennobleció con un condado. Frances Cromwell, de diecisiete años, se casó con Robert Rich, hijo del conde de Warwick y sobrino de Henry Rich, el mismo que, estando muy enfermo, había sido ejecutado por apoyar la causa realista.

Hablando de Carlos… -y no el de Anillaco, que dicho sea de paso fue el único que visitó y tocó a la Reina Isabel, rompiendo todo tipo de protocolo real-, un hijo ilegítimo de Carlos II, de nombre James Scott, duque de Monmouth fue acusado de conspiración. Era un hijo natural del Rey Carlos II que había tenido con su amante Lucy Walter. Su padre había muerto cinco meses antes y le había sucedido en el trono su propio hermano (por tanto tío de James), Jacobo II. Éste era católico (de hecho, fue el último soberano de esa religión en Inglaterra) y como los protestantes no se resignaban a que los papistas volvieran a tener el poder, organizaron la llamada Rebelión de Manmouth, con el duque como candidato. Los conspiradores fueron derrotados en la batalla de Sedgemoor y su líder condenado a muerte.

Pero no se sabe a ciencia cierta si fue por el grosor del cuello de James Scott o por la bebida que había ingerido el verdugo Richard Jacquet -que con el tiempo iba a ser el verdugo más famoso de Inglaterra- la noche previa, quizás instigado por opositores al reo, así el verdugo no era tan efectivo en su tarea; o quizás una suma de todas estas “virtudes” que lo convertía en un personaje terrible, por su pequeña estatura que le impedía hacer su trabajo con limpieza, de manera que cuando descargaba el hacha solía necesitar varios golpes, prolongando la agonía de su víctima y transformándola en una tortura. Aunque otros sostienen que el Verdugo Jacquet, en realidad hacía un espectáculo cada ejecución, desde su aspecto tenebroso. Era un hombre de muy pequeña estatura, al parecer, lo que, combinado con las huellas que la viruela dejó en su rostro, le otorgaba un aspecto tan feo y desagradable que en tiempos duros como aquellos le convirtieron en objeto de burla y desprecio generalizados. En consecuencia, Richard fue moldeando su carácter en torno al odio y el resentimiento y encontró una válvula de escape perfecta en el oficio de verdugo, un trabajo eventual que desempeñaba alquilando sus servicios de pueblo en pueblo para ejecutar las penas de mutilación propias de la época, como proporcionar azotes públicos, amputar miembros (narices, lenguas, orejas) o incluso ejecutar. Y es que no se limitaba a aplicar sus siniestras artes sino que convertía cada intervención en un auténtico espectáculo que atraía al público como si de una función circense se tratase. Música, pasos de baile, versos satíricos, un vestuario diseñado ex profeso, exhibición previa del material (sogas, cuchillos, hachas…), apropiación de las ropas y joyas de los reos e incluso la adopción de un apodo (John Ketch) acompañaban cada ejecución y además ésta se dilataba sádicamente para regocijo de los asistentes.

No era un trabajo bien considerado y generalmente lo desempeñaba gente al borde de su condición humana, bien por la extrema pobreza en que viviría si no, bien por cierta degeneración moral que inclinaba a la violencia. Curiosamente, y dada la escasa disposición de los ciudadanos a asumir el cargo de verdugo, éste solía pasar de padres a hijos creándose auténticas estirpes familiares.

Otro muchacho, cuya cabeza, además de rodar, vagó por destinos inciertos, fue Sir Walter Raleigh, decapitado por orden de James I, en 1618, después de haber gozado de los “favores” de la “Reina Virgen” Isabel I, que dicho sea de paso fue quien introdujo el consumo de Tabaco en Inglaterra y en tiempos que fue condenado a morir, Sir Walter dejó una bolsa de tabaco con una inscripción en latín, “Comes meus fuit in illo miserrimo tempore” («Fue mi compañero en los momentos más miserables»). El verdugo tuvo que dar 2 golpes antes que la cabeza se pudiera desprender del resto del cuerpo, que fue enterrado en cerca del altar de Santa Margarita de Westminster, pero su esposa se encargó de embalsamar su cabeza, que siempre mantuvo a su lado, en un bolso de terciopelo rojo y posteriormente lo haría su hijo Carew, hasta que muerto éste, ambos descansaron en la misma tumba.

Hasta aquí, rodaron cabezas, se hicieron juicios póstumos, pero aunque ustedes no crean, este lector extraña al desagradable verdugo Richard Jacquet… no para que vuelva a reinstaurar su espectáculo de ejecuciones, sino para que haga una última presentación, quizás sobre la testa de Nik o sobre sus manos… siendo más extremista que el señor que conduce este blog NTETA, quien pidió 10 minutos de vida para “el Diego”, así se toma 5 minutos besando a sus hij@s y los otros 5 minutos utilizando la humanidad de dicho dibujante como pelota de futbol, mientras suena de fondo la canción de Opus “Live Is Life”.

Nos vemos y leemos en la próxima…

God save the queen

The fascist regime

They made you a moron

A potential H bomb…

(Sex Pistols)