1 junio, 2023

Utopía

Desde que mi osamenta, y todos los tejidos que la recubren, se mudó a Zárate ya pasó un lustro y treinta y seis millones de latidos.

Fueron décadas de pasar por el puente hacia Buenos Aires y ver, casi de reojo, como esta ciudad caía por la barranca hacia el Paraná. Pero siempre, la miré así, de reojo.  

Hasta que un día me encontré parado afuera de una escuela de esta ciudad, esperando la campana de salida y llevar mis nietos a casa.

Entre la mudanza y la “nacionalización” zarateña transcurrió casi un año.  Se concretó con el cambio de domicilio en mi DNI. Hoy, mirando para atrás no me explico como no me tomaron examen del dialecto local. Ese que usan los nativos para decirle “masitas” a la galletitas. O estacionar en doble fila, aún con lugar disponible a cinco metros, haciendo caso omiso a la sirena de la DPU que evidencia la falta. Modismos y costumbres arraigadas, muy.

 En fin, ya instalado, viviendo fuera del casco de la ciudad, me comenzó a interesar su historia. Su gente. Una necesidad compulsiva de entender la idiosincrasia, esa cultura común que aglutina y da forma a la conducta de un pueblo. Quise conocer tradiciones, sus medios, el cementerio, los paseos tradicionales, estética, modismos, sus librerías. ¡Y que sorpresa que me llevé!

Zárate no tiene un trazado muy particular, que la defina y la haga distinta. Si miramos en detalle las líneas dibujadas por Manuel Eguía, tampoco podremos descifrar, ni emulando a Tom Hank en el “Código Da Vinci” algún mensaje secreto. Un diagrama simple sin mayor pretensión que el dar un ordenamiento fundacional.

Caminando por la ciudad, vemos una población de casas mayoritariamente viejas, recicladas. Recorrer el casco central, es ver en cada cuadra una construcción representativa de los estilos de moda de cada década. Al menos desde hace ochenta años a esta parte. Algo común y usual en todas las poblaciones litoraleñas. Incluyendo al palacio municipal, un afrancesado edificio que tiene nada menos que ochenta y seis años.

Su plaza principal, de una manzana, es un espacio semi verde extremadamente pequeño para ser el centro cívico de un partido de cien mil habitantes. Curiosamente, en su historia cambió tres veces de nombre1 Costumbre muy argentina, como si renombrar las cosas y lugares las hiciera distintas o mejores.

 Al frente de la plaza una iglesia católica, que no encierra tesoros materiales ni una magistral arquitectura. Sorprendido, pero no tanto, encontré las puertas siempre cerradas. Casi como una señal de estos tiempos en que uno se tropieza en boulevares, cercanías de cementerios y laterales de rutas ofrendas de rituales umbandas, iglesias cristianas evangélicas cada pocas cuadras, y casitas rojas del “Gauchito Gil” cada cinco árboles. Como si en Zárate también le dijeran a la antigua confesión “el que se fue a Sevilla, perdió su silla”. Cosas estas, que también tienen que ver con el espíritu de un pueblo.

Buscando bibliografía, datos en la Internet, son recurrentes las mismas fuentes y la carencia de datos. Como si entre la fundación y el empuje inicial de Zárate hay un bache. Un lapso de tiempo dormido, olvidado. Los libros y trabajos de Botta, como el de Baccino y Sorolla son la fuente indiscutible de quienes hurgan en la historia local. Pero en el allá lejos y hace tiempo.

A Zárate le falta contarme algo de su transcurrir. Eso que se cuenta siempre, el balneario, un parque de mateadas. El festival masivo donde las familias se sueldan a la comunidad. ¿Y el río? ¿Donde están los restos de los viejos paseos ribereños?

Seguí buscando, observando, preguntando. Respuestas difusas, de vagos recuerdos. Muchas gente que no pasó su infancia en Zárate, llegaron atraídos por la ciudad industrial. Dejaron su historia en sus pagos. Muchas preguntas sin respuestas.

Sí, el espíritu industrial fue dado sin dudas por los frigoríficos. Hoy sigue con otras empresas, automotrices, logísticas, de bebidas. Que se nutren de personal de lugares impensados del país. Esperar a mis nietos en la puerta de sus escuelas, es escuchar la tonada babilónica de Zarate. Un entrevero de modismos dialécticos de personas oriundas de parajes a cientos y miles de kilómetros. Que llegaron buscando un futuro que no tienen en su terruño.

Se puede escuchar el dulce hablar de jóvenes santiagueñas, mezclado con las risotadas entrerrianas, y el seseo de las jujeñas. Todo ese crisol de sonidos se enriquecen cuando irrumpen changos, niños o gurises que corriendo se despiden de maestros y compañeros con esa modo casi de español neutro de los youtubers.

Pero ¿Que pasó entre la historia que encontramos en la Quinta de Jovita y esta explosiva oleada migratoria? ¿Donde están los últimos ochenta años de Zárate? Me fui a buscarlos al río.

Los senderos de asfalto de la costanera, son de novísimo despliegue. El cemento y caños de la baranda contra el río son de un estilo menor a dos décadas. El restaurante del centro del paseo es nuevo, mucho. El complejo de compras y gastronomía construido con materiales reciclados, bautizados por la población como “el chaperío”, fue el indicio de que la ciudad buscaba a igual que yo, su historia. Caminando hacia el puente nuevas construcciones surgen. De una punta a la otra, la costanera tiene el aspecto de ser un espacio operativo de viejas industrias que, al caer en desuso fue tomado por la ciudad para convertirlo en recreo. Ese mismo que no encuentro en la historia.

Vuelvo a pensar que Zárate se ha transformado en un imán poderoso, que atrae las astillas del interior de la provincia y del país. Personas que se desgajan de su comunidad de origen, por la falta de contención, oportunidades, e inversión que les de la posibilidad de progresar. Padecen el destierro. Así se suman a una extraña ciudad que es “capital provincial del tango” sin tanguerías. Con mucho reggaeton, cumbia y cuerteto. Pero en las mejores radios, mucho rock y blues.

¿Que brinda Zárate a los nuevos residentes? Buenos empleos, la posibilidad de comprarse un buen auto, un terreno suburbano donde, con sacrificio levantar una casa. La presión demográfica generada por nuevas industrias, diseminaron barriadas sobre loteos hacia el oeste. Pues ese empuje migratorio, no construye sobre viejos edificios, no los tira abajo. Nacen nuevos barrios, y las casas se elevan sobre la virginidad del renegrido humus.

Miro el parque urbano, donde los niños pasan de las flamantes hamacas, toboganes y trepadoras a jugar a caminar por viejos rieles o treparse a un par de tanques de combustibles semi enterrados; parece ser un espacio arrebatado para cubrir un necesidad de décadas. No todos tienen la posiblidad de moverse a los espacios verdes entre las colectoras y la ruta, porque allí, como agua que se derrama, naturalmente va a “dominguear” una gran parte de la población.

Las obras tan nuevas, sin restos evidentes de lo anterior, lo viejo, lo de antaño, deja claro que la gente de Zárate no gozó su ciudad. El paseo de los que podían era el río por medio de un club, o ciudades cercanas con atractivos. Aún hoy, un polo de atracción es Pilar, otro partido, otra ciudad. La comida rápida, que gustan tanto los mas chiquitos está en otro partido. Y así.

Las mismas obras de paseos nuevos dan a la ciudad la esperanza de un disfrute mejor, de familias integrándose a la comunidad. La construcción de lazos fuertes y el orgullo de ser por nacimiento o decisión, zarateño.

La pandemia que nos toca padecer hoy, nos está enseñando que posiblemente no sea la última. La distancia social llegó para quedarse y respetarla. El beso y estrechar la mano son cosas del pasado y de los nuevos libros de historia. Las casas chicas, o aglomeraciones urbanas pueden contenernos, protegernos y a su vez ser una caja de encierro.

Zárate crece hacia el oeste. En lotes mas amplios. Ese tipo de urbanización, que se daba antes de la pandemia, es la ideal. Pero los espacios verdes y de relación social también. La atracción de talleres deportivos, de arte, de expresión, para todas las edades son, sin dudas una necesidad que debe ser cubierta desde las administraciones públicas.

Pienso, mientras hago mi caminata matinal que el consenso para el futuro de la ciudad, por parte de todos y cada uno de los que se postulan a administrar el partido debe apuntar hacia allí: al bien común real.

Me convenzo de que Zárate tiene una oportunidad única de aprovechar una construcción social, cultural, y de esparcimiento. La fuerza económica generada en una masa salarial surgida de las industrias, puede y debe recaer en el misma ciudad. Lo que parece utópico, puede concretarse.

Tiene con que. Todas las herramientas están a la mano. Medios de comunicación, buenas librerías. Espacios para talleres. Todo lo que necesita un compromiso con el crecimiento social y del individuo.

Por mi parte seguiré buscando la historia perdida de la ciudad que vio nacer a mis nietos. Para poder contarles donde nacieron. Para ayudarlos a ver un mejor futuro.

Mi voto, estará puesto con la boleta de quien yo considere, piensa en Zárate por sobre el resto. Porque a igual que las familias se inician con solo dos personas, las grandes sociedades nacen de las pequeñas y consolidadas comunidades.

Sueño con la utopía de una Zárate atractiva, y orgullosa de ser vivida.

1- Era una vez…Zarate» de Silvia Baccino y Mª. Luisa Sorolla. 1997 (ejemplar prestado por Jaime, un nonagenario conversador de Plaza Mitre)