Y ahora tiro porque me toca… Siempre me gustó el oxímoron del vencedor vencido, sea que se interprete como el «winner» que finalmente pierde o como victorias pírricas, esas que son tan caras que se sienten como derrotas. Hoy, en Argentina, vivimos algo de eso, aunque con un matiz ligeramente distinto.
Resulta que desde hace años nos encontramos en un baile K-antiK donde el voto a menudo tiene más motivación en el espanto que en el amor y pareciera que ese efecto ha sido aceptado por la maquinaria que propone candidatos y se viene usando a conciencia fomentando que el candidato ajeno sea lo más vomitivo posible para el votante propio. Ejemplo de eso puede verse cuando CFK tenía en frente a lo que se denominaba «el grupo A», una entelequia acéfala de opositores parlamentarios entre los cuales el propio oficialismo de entonces comenzó a destacar a Macri, quien finalmente contendería y vencería en segunda vuelta a Scioli.
Tras ese 2015, el «cuco» de los anti-K parecía en franco retiro en el sur y poco se escuchaba de la actual vice. Fue cuando la convocaron a tribunales que se generó ese acto en Comodoro Py que marcó su vuelta al ruedo en un rol que cualquier análisis serio, a favor o en contra de ella, tendería a evaluar como defensivo. Si las causas son o no fundadas es materia judicial, lo claro es que sería ingenuo pensar que avanzan o se planchan de forma independiente al poder político de turno cuando tan evidentemente tienden a acelerarse contra opositores, gobierne quien gobierne. O sea, sería ingenuo no entender que hubo una intención política de sacarla de su retiro.
Pero sucedió lo impensado, mientras reinstalado el «cuco» el oficialismo de los de amarillo ya se preparaba para un segundo mandato «priorizando gobernabilidad por sobre votos» de la mano de Pichetto (que evidentemente afianzaba el perfil de derecha de Cambiemos), el cuco cambió a si misma, la Fernández, por el Fernández, derribó su propio techo electoral y tras unas PASO catastróficas el macrismo aún se preguntaba como pudo suceder lo que sucedió mientras armaba las valijas para dejar la Rosada.
Primer “vencedores vencidos”, esa fuerza que sólo había sabido crecer desde su fundación por primera vez le tocaba retroceder. Incluso la presión sobre Vidal para no desdoblar la fecha de elecciones no son pocos quienes dicen que fue lo que les costó la provincia a manos de un Kicillof con bastante cara de cuco y un carisma notablemente ausente al punto de rivalizar en escasez con el de Scioli.
Hay una contradicción notable entre discurso y acción entre aquellos derrotados, porque la ciencia política más básica reza que ante un escenario bipartidista gana quien domina el centro, o sea, quien seduce al electorado menos duro. Por eso pareciera absurdo que la fórmula presidencial se «fortaleciera» hacia la derecha, su electorado cautivo, en vez de buscar un componente «progre» que ampliara la base electoral, que fue exactamente lo que sucedió desde el lado ganador: Fernández, un auto definido «progre» que reivindica más seguido a Alfonsín que a Perón fue la carta de seducción a los votantes no tan K que los K necesitaban. A veces la ciencia política básica no tiene más complicaciones y simplemente funciona.
Fue entonces que llegó el apocalipsis y nos volvimos Venezuela, pero no como nadie predijera, sino que con la llegada del covid, una invitación permanente al diálogo (raro en el PJ) desde la Rosada y una oposición a la venezolana: demasiado incapaz de mantener cohesión salvo para decir «ellos son malos» al punto de caer en la inoperancia más extrema y proponer medidas «sanitarias» (las comillas son necesarias porque eran más bien económicas) que bien podrían haber sido Bolsonaristas o Trumpistas. Eso si, tras firmemente militar el «cada quien que se cuide cuando pueda» y boicotear el consenso social necesario para enfrentar una pandemia, nadie se sonroja al desentenderse de los muertos y arrojárselos al oficialismo, como si nada hubieran tenido que ver con las políticas aperturistas que se fueron siguiendo. Curiosamente, en junio de 2020, cuando comenzó el boicot, la preocupación era la “demasiado alta” imagen positiva de Fernández. Varios anticipamos (no se necesitaba ser un genio) que pronto caería fuera por los muertos o por el impacto de la crisis en la economía, pero entre la brillante conducción opositora pudo más la ansiedad y comenzó el discurso de la «infectadura» de Brandoni y Pitta seguido luego de la denuncia por envenenar (al vacunar) hecha por Carrió y una vuelta en «U» abrupta a criticar a quien se vacunaba tan solo sesenta días después, con el escándalo de los vacunatorios VIP que, dicho sea de paso, a pesar de su impacto mediático no se logró publicar ni tan siquiera una lista de beneficiados, tan sólo casos inconexos en distintos niveles del Estado de distintas provincia y municipios.
Así, mientras Fernández resistía ese primer boicot y pedía un esfuerzo, festejaba el cumple de su pareja (que llamativamente trascendió más de un año después) y mientras Carrió denunciaba el envenenamiento no era menos y festejaba su cumple en Capilla con setenta invitados. Ante todo la coherencia.
… Y llegaron las elecciones de medio término y nuevamente «Cambiemos» que fue «Juntos por el Cambio» y ahora «Juntos» (parece que la onda del cambio era de nombre) apostó «otra vez de nuevo», diría mi abuela, a fortalecerse por derecha en vez de tratar de tomar el centro, aunque, concedamos, esta vez incorporó al GEN, algo es algo. Así fue que ganó la PASO… bueno, ok, las PASO son internas y no es que le «ganás» al otro, pero generaron tal revuelo que andá a explicárselo a alguien. Dale, te espero.
En fin… las PASO (que no me pregunten porque les decimos PASO si se llaman «Primarias Abiertas Obligatorias y Simultáneas») salieron como salieron y el gabinete se revolucionó, generando lo que supuestamente los anti-K luchaban por evitar: el recrudecimiento del poder K.
Acá se vuelve necesario un paréntesis y llamar al José Yotelaexplico del inmortal Tato Bores. Pasa que supuestamente la idea es «frenar a los K» pero todo el accionar tiende una y otra vez a afianzar un frente de derecha con un discurso bipolar de Alberto es un títere K/¡mirá como ahora avanzaron sobre Alberto! ¿En qué quedamos? ¿Era o no un títere? Y José explicaría que es muy sabido que desde el día cero de gobierno las terceras líneas de él y la Fernández se sacan los ojos en cada ministerio en una interna feroz de la que algunos recién ahora (que les conviene) acusan conocimiento. Eso no es un dato menor, toda vez que la forma de realmente evitar el avance K era integrar el comité de crisis ante la pandemia, apoyar a Fernández y desplazar del centro de poder a los ultras. Pero no, evidentemente el objetivo es otro. Más de un opositor reza porque los ultras le hagan juicio político a Fernández para ayudar a que CFK tenga un tercer mandato y llegar al 2023 en el soñado escenario de resistencia a los K.
Lo irónico de todo esto es que la brillante dirigencia parece vivir el cuento del traje nuevo del emperador, aquel que se paseaba desnudo sin que nadie se atreviera a decírselo, a la vez que éste se veía desnudo pero actuaba como si no para no admitir una supuesta falta de inteligencia atribuida por el sastre a quien no pudiera ver el «espléndido» traje. De idéntica forma cada sector clama representar a ese tanto por ciento que lo votó, como si no se hubieran enterado de que gran parte de ese voto tiene un preocupante tinte de displicencia, al punto que (así pueda atribuirse a la pandemia) la concurrencia a las urnas alcanzó récord de abstinencia, a lo que por supuesto se suma el «voto trol» a Milei en la CABA, como preocupante preludio a un efecto EEUU, Brasil o Gran Bretaña de un pueblo diciendo: si los «serios» van a ser payasos, voto al payaso.
Se da entonces el segundo «vencedores vencidos», aquellos que ganan pero ven retroceder sus supuestas causas, que serán vencidos aún incluso si cual piratas navegaran bajo falso estandarte y tuvieran por objetivo real el poder por el poder mismo, porque en el camino al payaso pierden todos y todas …perdemos todos y todas. Y sé que alguno creerá que no, pero no hay que olvidar esa máxima de la informática que dice “el cliente (votante en éste caso) no te dirá lo que quiere hasta que le des lo que te pidió”. Será entonces cuestión de esperar lo mejor y prepararse para lo peor, seguir con el humor de los sobrevivientes y soñar con que un mudo con nuestra voz pueda milagrosamente gritar a los ciegos… y que estos vean…
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